Los niños de la calle
Los niños de la calle no constituyen sólo un problema del Tercer Mundo. Según la Unicef, en los países desarrollados, los niños de la calle se ignoran porque la pobreza ha desaparecido de la mente de los políticos y ciudadanos, ó porque son pocos, comparados con los de los países tercermundistas, pero no han desaparecido. La situación de los niños de la calle españoles no es diferente a la de las grandes ciudades de los países subdsarrollados; se agrava por la inestabilidad del país, de las parejas, el paro, la droga, etcétera; en definitiva, por situaciones conflictivas ó de precariedad. Están desatendidos politicamente y cada comunidad no asume la parte de responsabilidad que le corresponde. El fracaso escolar llega, en nuestro país, al 40%. Todos estos chavales son potencialmente, población de riesgo. El modelo de sociedad, conlleva una cantidad de población sobrante que va siendo marginada desde la niñez. La mayoría de los niños de la calle, pertenecen a familias de renta baja y entornos marcados por la marginación, malos tratos, drogodependencia, trastornos mentales, etcétera. Este fenómeno tiene sus causas sociales: Escuela, falta de motivaciones, desconexión de la realidad, salidas laborales nulas ó marcadas por la explotación, y demás condicionamientos. Los niños de la calle españoles no llegan a romper del todo los lazos familiares. Pero, su vida transcurre entre la pandilla, los trapicheos, los pequeños ó grandes robos, y demás. Pasan de la escuela, y conocen pronto el alcohol, el tabaco (el porro a los 11 años). A los 12, roban coches por diversión y están llenos de agresividad, en guerra con un mundo hostil, que nadie les ha enseñado a entender. El Papa Francisco nos habla de que la luz del mensaje de Cristo llegue también a las periferias. A todos los hombres. No podemos callar ante la situación de injusticia y de falta de valores en el hombre contemporáneo. Todos necesitamos dar una vuelta de tuerca valiente y eficaz a nuestra vida, para que surja el hombre nuevo, ese hombre que demanda el momento presente, capaz de descubrir personalmente la voluntad de Dios, que nos habla a través de los acontecimientos diarios, y nos exige compromisos concretos.