Incendios veraniegos
Son un clásico del verano, llegan igual que esta estación, con el calor y las altas temperaturas, igual que los helados. Puede parecer un chiste malo, pero lo cierto y verdadero es que no tiene gracia alguna. Me refiero, en concreto, a los incendios que se registran de manera recurrente en algunos lugares, como si hubiese algún aburrido dedicado a ese menester.
El otro día hubo ya un conato de incendio en las faldas del Castillo de Santa Catalina, un fuego que pudo ser apagado por los Bomberos sin que hubiese que lamentar alguna desgracia, más que la quema de la zona en sí, que ya es bastante. Todo quedó finalmente en un susto, aunque muy aparatoso, porque pudo verse desde buena parte de la ciudad. Las llamas arrasaron parte de la ladera y ahí quedó todo, hasta que otro día a alguno se le vuelvan a cruzar los cables y vuelva a prender la mecha. Sería deseable que se pusieran medios de vigilancia para evitar este tipo de asuntos, en las zonas concretas en las que se sabe que hay incendiarios rondando, además de perseguirlos e imponer castigos ejemplares y ejemplarizantes para que a nadie más se le ocurra la brillante idea de volver a hacerlo. La sensación que existe es de total impunidad, por lo que se corre el riesgo de que repita.