¡Buenas noches!

27 jun 2016 / 18:00 H.

Me puse delante de ella, mirándola fijamente, como aquel que quiere ver el movimiento de la manecilla corta del reloj... Nada. Le hice gestos y hasta pasé mi mano derecha a dos centímetros de su cara, como queriendo acariciarla. Nada. Le hice burla, sacándole la lengua. Nada. Y fue entonces que me atreví a preguntarle: —¿Tú me ves? La respuesta brilló por su ausencia. Me pellizqué por si acaso me hallara durmiendo. Me hice un daño atroz, hasta me salió un pequeño hematoma. Nada, ni siquiera parpadeó. Dándome una última oportunidad, tosí un poco para tratar de aclarar la voz, y alzando claramente la misma, insistí: —¿Tú me ves? Su respuesta, ahora sí, pero con un ligero movimiento de cabeza, fue afirmativa. En ese momento, viendo que estaba por la labor de “contestar”, entre comillas, porque un leve movimiento de cabeza no lo considero ni apto ni educadamente coherente, volví a preguntar: —Entonces, ¿por qué tengo la sensación que me ignoras? —Imaginaciones tuyas, me contestó. Seguidamente, al escuchar su respuesta, ya no pude callar:—¿Son imaginaciones mías, cuando te hablo, y subes el volumen del televisor? ¿Son imaginaciones mías, cada vez que te cuento algo y es como si le hablara a la pared? ¿Son imaginaciones mías, cada vez que te doy las buenas noches, o los buenos días y no me contestas? ¿Son imaginaciones mías, cuando te doy un beso en la mejilla y tú me lo das al aire? ¿Son imaginaciones mías, cuando te digo que no puedo más, y miras a otro lado? ¿Son imaginaciones mías, cuando vamos paseando y tú vas tres metros delante de mí? ¿Son imaginaciones mías, cuando en los grandes almacenes te pierdes y vuelves a casa sola sin apreciar mi ausencia? ¿Son imaginaciones mías, cuando en el cine voy a cogerte la mano y la tienes en el bolsillo? ¿Son imaginaciones mías, cuando miras a otro hombre con descaro sin advertir mi presencia? Tras escuchar todo esto, noté algo extraño e inusual en su forma de actuar apagó el televisor, y girando su cabeza en dirección a la mía, cosa poco frecuente en ella, me dijo:—¡Buenas noches! Se dirigió al dormitorio y se acostó quedándose dormida al instante, algo en ella estaba cambiando. Mis palabras habían surgido efecto ¡por fin me tuvo en cuenta! Me había dado las buenas noches.