El derecho a aburrirse

30 jun 2016 / 18:00 H.

Llegan los meses vacacionales por excelencia en el calendario: julio y agosto. Aunque la realidad evidencia que uno puede irse en cualquier momento, o hay empresas que te las dan en invierno, si se tercia, lo cierto es que es ahora cuando el común de los mortales con la suerte de tener trabajo tiene también la suerte de poder desconectar durante unos días, quizá un mes entero con más suerte todavía. Entonces, se ven en la obligación social de irse fuera de su casa, de su provincia, cuanto más lejos mejor, como si poner kilómetros por medio entre la vivienda y el lugar de destino fuera proporcional a la felicidad que se va a alcanzar.

Pues, no, señores y señoras. Yo reivindico el derecho a no hacer nada, a tirarse a la bartola a leer, a ver la tele, a pasar calor, como si no hubiese un mañana. A aburrirse por completo, tirar el reloj y el teléfono móvil al fondo de un cajón y no mirar siquiera la hora que es. Así también se descansa, dando tumbos en el sofá sin más horizonte que zapear a ver qué dan por la tele. Ese es el verdadero descanso, el auténtico y genuino, cuando uno suspira profundamente y se da cuenta de que no tiene nada en absoluto que hacer y, además, no le importa tampoco en absoluto. Eso son vacaciones.