Al escondite

    03 oct 2023 / 10:29 H.
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    La gente de mi generación jugábamos al escondite cuando niños, cuando la realidad todavía no estaba sujeta a intermediarios virtuales y la fantasía era un pacto entre iguales que fijaban soberanamente los términos de su diversión. Cuando niños jugábamos al escondite en aquellos callejones poco iluminados de los pueblos y ciudades o en los campos trasegados por la actividad humana de sus contornos, al igual que hoy también los niños juegan al escondite, solo que de manera diferente: ocultándose en el anonimato de las redes o adoptando en ellas identidades falsas desde las que fingir lo no son, decir lo que no piensan o investigar lo que no deben. Pero en cualquiera de ambos casos, en cualquiera de ambos tipos de juego del escondite, el verdadero protagonista no es aquél que se esconde; el verdadero protagonista siempre es aquél que busca al que se esconde, porque es sobre quien recae la acción del juego y el que soporta la tensión de la búsqueda. Esto mismo sucedió a Núñez Feijóo en su fracasada investidura presidencial, que buscaba y buscaba infructuosamente a un silencioso Presidente del Gobierno escondido detrás de unas sonrisas irónicas desaprobadoras y unas aburridas consultas al móvil con cabeza gacha, que cedían todo el protagonismo al candidato presidencial; más aún cuando, en el colmo del desprecio, encomendó a un tercera fila de su bancada la contestación a la que obliga los usos habituales parlamentarios. Que, en realidad, puestos ya a despreciar y a esconderse, y a romper las normas habituales de la cortesía parlamentaria, bien pudieran haberse dado órdenes de ni siquiera realizar contestación alguna a Feijóo, que todo puede esperarse de la arrogancia de nuestro Presidente. Pero si Pedro Sánchez esperaba que se produjera un efecto empequeñecedor por parte de la audiencia sobre el candidato, el resultado fue lo contrario: apareció un candidato sobredimensionado, expandido, agrandado si cabe, por contraposición, a la tosquedad discursiva de Óscar Puente y, sobre todo, ante la ausencia deliberada del oponente real, escondido en la fortaleza inexpugnable de su escaño presidencial, pero bien visible a los ojos de los espectadores. Ante este premeditado escamoteamiento de contestaciones a requerimientos e interpelaciones de indudable interés para la política nacional, procede preguntarse: ¿de quién se escondía Pedro Sánchez en sede parlamentaria, de Núñez Feijóo o de los españoles? Porque quienes más lo buscamos, de hecho, fuimos los españoles, esperando, decepcionados, una intervención que no se produjo y, desde ese momento, por una obvia transferencia de frustraciones, el líder del PP se convirtió en el representante de la mayoría de la audiencia en su ansiada búsqueda de respuestas de su Presidente ante la cuestión central que sobrevolaba todo el debate: la amnistía al separatismo catalán. Todo lo más que recibimos los españoles de nuestro Presidente fueron silencios y sonrisas, poco bagaje para alguien que aspira, nuevamente, a liderar España y signo indefectible de desgaste y debilidad política. Aludió luego Pedro Sánchez, fuera del Parlamento, donde los focos mediáticos solo iluminan al entrevistado y los adversaros políticos quedan en la sombra, al mandato recibido después del 23-J por parte de la “mayoría social” (ni siquiera se atrevió a calificarla de “española”) de formar gobierno, aunque eludió explicar a ésa, su mayoría social, y a la otra restante que respalda a Feijóo, tan importante como la suya, al menos numéricamente, la forma en que iba a conseguirlo, porque desde ese instante sabía que volvería a traicionar, otra vez, la palabra dada a “todo” el electorado “antes” de ese 23-J: que no habría amnistía al separatismo. Y así llegamos a la razón última de la mudez gallina del Presidente en el Congreso y de su medroso juego del escondite puesto en escena. Porque, quizás, por cansancio, porque mentir cansa mucho, o quizás por el conocimiento de que sus palabras quedarían reflejadas en el Diario de Sesiones, prefirió abstenerse de realizar, otra vez, un canto a la doblez y a la falta de compromiso a la palabra dada, esperando el turno en su próxima investidura para ocultar todo este fango con juegos retóricos y circunvalaciones semánticas justificadores de su toma del poder.

    FRANCISCO ABRIL PALACIOS / Jaén

    Pasable paz política

    Los españoles hemos estado sometidos en cuatro meses a dos elecciones, con partidos como Vox y Sumar. La primera dio un vuelco inesperado a la situación anterior, y la segunda un nuevo vuelco en sentido contrario, por una diferencia que parece mínima, cuatro diputados, aunque corresponde a más de un millón doscientas mil personas. Estos seguidos y fuertes bandazos, unidos a los “normales” —guerra, crisis económica y otras minucias—, han provocado, como es lógico, una cierta crispación social que. Sin embargo, a pesar del intento de agrandarla por una y otra parte, la población ha respondido con una madurez muy superior a la de épocas no muy lejanas. Apenas ahora ha saltado el rozamiento a la cara del alcalde de Madrid por un adversario político, al que su propio partido ha desposeído de inmediato de sus cargos y él mismo ha pedido disculpas. Y a pesar de que Feijoo ha exhortado en público a los parlamentarios del PSOE a traicionar a sus votantes y partido para obtener él los cuatro parlamentarios que le faltaban, mostrando hasta el final lo que es, no ha conseguido ni uno, aunque Aguirre no hace tanto consiguió así los dos que le faltaban para corromper la democracia. No estamos, pues, tan mal como pudiera parecer.

    P. ROSALES MUÑOZ

    La codicia de las petroleras

    Desde la década de los 50 del pasado siglo, las petroleras saben que la quema de combustibles fósiles causa daños irreversibles a nuestro planeta y sus moradores y, en lugar de alertar del ecocidio planetario, pagaron a lobbies para negar sus efectos. Y, por participar en una “campaña de décadas de engaño” sobre el cambio climático y el coste de decenas de miles de millones de dólares que las autoridades estatales han tenido que abonar para hacer frente a los daños provocados al medio ambiente y la salud de las personas, el estado de California demanda en los tribunales a cinco de las mayores compañías de petróleo y gas del mundo. Esta demanda abre el camino a que otros países acusen a sus petroleras para que sean ellas las que sufraguen el cambio a las energías verdes, al margen de posibles y multimillonarias indemnizaciones por el daño causado. Aunque, opuesta a la implacable realidad, gran parte de la derecha mundial ansia revertir las políticas climáticas (“dictadura activista” las tildó Feijóo en su debate “embestidura”, ¡anda que si llega a salir!) —y en Europa lo están logrando con ayuda de los lobbies—. Las autoridades nacionales, autonómicas y locales deberían ir poniéndose las pilas para no ser ellas las próximas demandadas si no hacen nada para proteger la salud pública.

    MIGUEL FERNÁNDEZ-PALACIOS

    Cartas de los Lectores