Zabaleta, una mirada y tres obras

    17 jul 2023 / 08:54 H.
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    Si la inauguración en Madrid (18/05/2023) de “Sabiduría y esplendor”, las joyas de la Universidad Complutense, puso de relieve dos obras del artista jaenés, ahora, casi de pronto, sale a la luz “La boda”, central en la última secuencia vital de Rafael Zabaleta (Quesada, Jaén, 1907-1960). Preludio al cabo de la muestra malagueña comisariada por Garzón Cobo que, en breve, exhibirá una parte significativa del quehacer de Zabaleta, entre estos “La boda” (óleo sobre lienzo 81 x 100 cm), de existencia hasta ahora desconocida. La pieza forma parte del grupo de Zabaletas que cierran la trayectoria del pintor, a la sazón, mostrados en la correspondiente edición de la Bienal Veneciana celebrada en 1960. En cuanto a los lienzos de la Complutense, pertenecen al mismo periodo y, sin embargo, difieren en intención formal. Dos obras de interés que, sin alcanzar la significación del citado anteriormente, parten de una estructura geométrica casi equivalente aunque más fría y residual del tardocubismo; tal y como acaece con “La boda”. Lienzos parejos de candor que, sin embargo, conservan una matriz diferente a otros firmados por artistas cronológicamente posteriores a Zabaleta, bien que centrados en supuestos entre los que cobra cuerpo la abstracción más cercana a registros linderos con discursos posteriores y, probablemente también, con horizontes ya vislumbrados por Zabaleta en aquellos años que encuentran respuestas tan esclarecedoras a la hora de seguir el posible aliento de este creador de unidades plásticas como “La boda”, ejemplar entre los de aquel periodo concluido en 1960. Nos referimos al rumbo que centra el trabajo del Zabaleta de los dos o tres últimos años de aquel lustro final del decenio de los años cincuenta del pasado siglo en los que su pintura es otra. Como se pregunta Miguel Ángel Rodríguez Aguilera, ¿debido a las secuelas de los tres accidentes sufridos con la moto...? Es lo cierto que se apoya en un nuevo y riguroso andamiaje geométrico que, si en los cuadros de la Colección Complutense queda mostrado con cierta austeridad formal, no esconde toda su fantasía ornamental y su rigor lineal en obras como, por ejemplo, “El chinero” (dibujo) y “La boda”. Trabajos, ambos cimeros, absolutamente hermanados por sus acabados y su proximidad. En tal sentido, no es difícil percibir la distancia arquetípica de estas obras con respecto a otras anteriores y, a mayor abundamiento, también centrales en la trayectoria de este maestro nacido en Quesada.

    Obras que, en algún sentido o por alguna causa, además de la más arriba apuntada, registran la búsqueda de un cambio de rumbo estético en el quehacer del pintor que, efectivamente, cobra actualidad con acontecimientos que además de las casos citados seguirán adensando la trayectoria de un pintor unitario de ideas y una mente en busca de una modernidad como la que acontece en su pintura más otoñal.

    Hija, por lo demás, de discursos que alumbran las últimas tendencias vanguardistas cercanas a una pedagogía que, paradójicamente, concluida la existencia de la Galería Biosca donde alcanzó nombre el pintor que nos ocupa, al margen del protagonismo del informalismo español, encuentra cabal horizonte en un realismo naturalista acunado en el nuevo espacio de Leandro Navarro, abierto tras su salida de la Sala Biosca, centrando su quehacer en algo tan sustantivamente importante como es la creación de un territorio de equilibrio entre la poética y la estética del arte. Nos referimos a la hondura de ese concepto que en el pensamiento de Amelia Valcárcel queda de manifiesto en un titular tan verdaderamente enjundioso como este: “Ética contra estéticas”.

    No vemos lagunas profundas entre poesía y pintura. La pintura que me interesa, tiene mucho de poesía y también al revés. Debemos vivir influidos por aquel artista nacido en Vinci llamado Leonardo que andaba con diatribas semejantes. Mas para tranquilidad y memoria de posibles eruditos, es de razón remembrar, con el oportuno respeto a Simónides de Ceos, que si “la pintura es poesía muda; la poesía es pintura ciega”. Así las cosas, no debe evocar equívocos ni, por consiguiente, conducirnos a latidos muy diferentes a los que acaece sobre el paisaje y el paisanaje jaenés contemplado con justeza historiográfica. Con todo, parecería de razón, especialmente en este periodo de posmodernidad licuada y mediática, formularnos alguna pregunta acerca de pintura y poesía, ésta, por ejemplo: ¿hacia qué lado tira la una y la otra...? Pues bien, a nuestro modo de ver, hacia el lado de la vida que va cosida al alma, en cuanto que símbolo más que alegoría. Aspecto muy de tener en cuenta a la hora de contemplar universos tan extraordinariamente definidos y coetáneos como los de el Rafael Zabaleta que aquí, acotados conceptos como poética y estética, deseo dejar apuntados en dos direcciones de sentido humanista que un día habría que desvelar.

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