Y todo por
un virus

    25 mar 2020 / 16:30 H.
    Ver comentarios

    Más de diez días en casa defendiéndonos del covid-19 han cambiado muchas cosas: hemos pasado de estar “recogidos”, los primeros días, a sentirnos “encerrados”, una sutil mutación psicológica que constituye una nueva experiencia; habíamos probado la inmovilización por enfermedad, el retiro religioso o el apartamiento temporal voluntario; ahora estamos, sin saber por cuánto tiempo, en arresto domiciliario, una pena impuesta sin previo juicio y aceptada, mal que bien, por los “penados”. Un cambio, aunque esté plenamente justificado, que ha trastornado nuestras costumbres, hábitos y esquemas. Sería bueno que lo aprovecháramos para reflexionar sobre la inconsistencia de la naturaleza humana, la levedad de la vida, la terrible dependencia que padecemos como individuos y las necesidades para subsistir. Los creyentes justificamos la contingencia por la propia existencia de un ser necesario, Dios; agnósticos o ateos tendrán más difícil encontrar la causa de su impotencia; todos constatamos la realidad de nuestra finitud. Con tal motivo descubrimos valores impensados: la necesidad de la obediencia ¿Quién lo iba a decir? La solidaridad interesada, la sobriedad, la renuncia. Y todo por un virus.

    Articulistas