Y todo es vanidad
Días en los que se echa de menos la humildad. Días en los que los “muros” se convierten en un desfile de galantería y de vendedores con trajes de todos los colores. La arrogancia y la vanidad van de la mano de la soberbia y, cierto es que, en un mundo de competitividad, la humildad yace escondida. Permanecer incólume ante tanto engreimiento no es tarea sencilla, pero hay luz detrás de tanta altanería. Escribía Cervantes que “la ingratitud es hija de la soberbia” y, en cierto modo, así es, pero ante el desprecio no debe haber aprecio. Hemos aprendido a vivir rodeados de personas interesadas que creen, además, ser conocedoras de la verdad. Individuos manipuladores que operan con crueldad y sin escrúpulos. La soberbia es algo que los define también. Sin ella, se sienten desnudos, vacíos, pero no hay mayor vacío que ser arrogante y vanidoso, valga la redundancia. Detrás de la soberbia reside el miedo a no ser suficiente y, sea quizá esta cuestión, la que lleve a algunos a exhibirse como la mejor opción entre una multitud de identidades. En ese empeño pierden el norte y anidan en ellos la envidia y la ira, por lo que suelen actuar de manera equivocada. Citando a Machado: “Huid de escenarios... Nunca perdáis contacto con el suelo”.