Y poco cambia

    31 ago 2020 / 16:19 H.
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    Hacía mucho tiempo que no me sentaba frente al ordenador con esta sensación de paz personal. Eso que llaman paz mental y que envuelve todo. Hacía mucho tiempo, demasiado. La vuelta al aula es un subidón que me hace feliz. Este año de forma especial, porque a nivel personal estoy henchida de calma; a nivel social... es otro cantar, por la incertidumbre de una política llena de ineptos que se ha olvidado de la educación del país, ha echado balones fuera para que los paren las directivas y han diseñado pseudoinstrucciones y pseudoplanes para afrontar un año complejo, que, en mi opinión está más en la línea de lo que se ha venido en llamar nueva normalidad que en lo excepcional. Hacía mucho tiempo que no me marchaba de un lugar con alegría, porque soy consciente de que lo vivido sanará y de que lo que entorpece la felicidad de las personas es transitorio. Y dentro de este camino de paz que escojo como estilo de vida, una sociedad cargada de desconsuelo y de contradicciones que solo una sociedad llena de odio puede generar. Me explico. No sé si compartís mi opinión en que los españoles, en general, nos hemos dado cuenta en esta pandemia de que sobra algo, y ese algo son quienes ocupan los sillones poderosos. En esta ocasión, y para mi grata sorpresa, después de sobremesas con gente de distinta ideología, nadie está de acuerdo con nadie. Nos sentimos, como tribu, estafados, agotados de incompetencia, cansados de mangoneo y reventados de corruptos. Pero lo que me ha sorprendido, como os digo, es que en mi entorno, con personas de “distintos bandos” no hay enfrentamiento a la hora de hablar de esto, porque quienes me rodean y con quienes me relaciono entendemos lo mismo: ni unos ni otros, ni blanco ni negro, ni el gobierno central ni los autonómicos, ninguno ha cumplido con su obligación de proteger y facilitar el camino de la ciudadanía que le votó o no. Hemos comprendido, gracias a esta pandemia, que es más importante sostener un solo voto que cuidar de nuestros mayores, de nuestros menores, de nuestros adultos... En definitiva, que vale más un trocito de papel en las urnas que el trozo de pan que se le pueda dar a una familia. Importa más el sueldo desproporcionado que se cobra cuando ocupas un cargo electo que la vida de quienes te votaron. Vivimos una situación extraña, desconocida en marzo pero ya conocida y requeteconocida en este final de agosto y seguimos igual, unos dicen blanco y la oposición dice negro. Unos dicen x y los gobiernos dicen x por dos... Y así le va al país. Mientras nuestros políticos se entretienen en jugar a llevar la contraria, la sociedad está cada vez más cansada, más sumida en la miseria y más reacia a vivir. Porque lo que en principio fue una pandemia en el más estricto sentido sanitario parece haberse convertido en una batalla campal donde quien menos importa es la ciudadanía, el pueblo que les votó, las personas de a pie. Y claro, los españoles que estamos más que acostumbrados a la corrupción, al incumplimiento de los programas electorales, a que nos ahoguen con leyes que no benefician a nadie... seguimos en la misma línea. Quejándonos en reuniones de diez en los pocos bares que pueden sustentarse abiertos, en las sobremesas en casa y en los grupos de whatsapp, porque somos incapaces de decir “hasta aquí”, pues, insisto, lo que en su momento se conoció como “es la picaresca española” ahora es algo así como “la corrupción española”. Nos entretienen con lo que les da la real gana. Mascarillas sí, mascarillas no; hablamos de una cosa que le dijo uno a otro en el congreso o en cualquier parlamento y debatamos sobre ello durante dos o tres reuniones en el congreso o en cualquier parlamento, porque es más importante que no me digas que estoy mintiendo que hacer mi trabajo para el que fui elegido: defender el estado de bienestar de mi pueblo. Pero bueno, no pasa nada, esto podemos hablarlo y debatirlo frente a una cerveza o un buen vino, o sentados alrededor de un café, o en el whatsapp del cole, si total, estamos acostumbrados y todos son iguales...

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