Y luego nos quejamos

13 dic 2015 / 15:21 H.

Se queja un amigo, de forma amarga. Su hijo está agobiado con los exámenes. Parece ser que le preguntan por ríos europeos que al chico no deberían importarle, el Rhin, el Danubio, el Sena. Según él, los profesores deberían ser conscientes de la inutilidad de aprender ciertas cosas. Ese mismo chico habla con una soltura pasmosa de los personajes de un juego multimedia. No solo los conoce a todos, habla y define con habilidad a cada uno de ellos. A mi amigo solo puedo compadecerlo, para mí queda la pena de ver cómo el conocimiento es algo secundario. En estas estamos y aquí nos vemos. Estoy seguro de que lo importante para mi colega será poder comprarle al chiquillo un teléfono de pantalla más grande, teléfono que puede servir incluso para hacer llamadas; tal vez haga un esfuerzo y en el lote incluya una consola de última generación. El infante se sentirá bien, su padre colmado al verlo con tal despliegue tecnológico. Que a la vuelta al cole al docente se le ocurra intentar y exigir que el chicuelo adquiera conocimiento solo es una manía. ¡Tanto saber ni na!