Y el toro lo descompone

    01 jul 2022 / 17:00 H.
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    Veinte días han pasado ya desde el desencanto “josetomasista” en Jaén. El dicho se cumplió, corrida de expectación, corrida de decepción. Para el que fuese a la plaza esperando una apoteosis gloriosa que hiciese realidad sus quimeras taurinas y pusiese en valor el precio de sus entradas, no fue una gran tarde. Tampoco lo fue para el aficionado prudente que sabe
    que nunca se sabe lo que en los toros puede pasar. No era una tarde de toros normal, ni mucho menos. Al elemento toro, se sumaron otros aspectos extrataurinos que influyeron lo suyo. Cuarenta y cuatro grados a la sombra no debe ser el mejor de los climas para torear. Puede que tampoco para embestir. Aunque si hubiese llegado la faena soñada eso hubiera sido lo de menos. Pero no estaban los cuerpos para sensibilidades de menor evidencia y faltó conexión con el artista llegándose a pedir el bis antes incluso de que terminase el concierto. Con todo, un acontecimiento como el vivido en Jaén el 12 de junio no debería caer en el olvido. Independientemente del resultado artístico —que no fue el deseado pero ni mucho menos el desastre que algunos cuentan— el hecho de que Jaén haya sido la sede de la reaparición de José Tomás no es una cuestión baladí. No ya por el impacto económico que ha supuesto su presencia, que también, sino por lo que ha servido y —sobre todo— por lo que a partir de ahora tiene de aprovechable para vender las bondades taurinas, culturales, turísticas, monumentales,
    gastronómicas o naturales de esta provincia. Muchos de los que vinieron, volverán. Jaén es tierra de toros y lo seguirá siendo por la cuenta que nos trae. No se ha escrito demasiado de lo que pasó en el ruedo y del ambiente enrarecido que emanaba de algunos tendidos. El torero estuvo entregado —a
    veces algo desvalido— con momentos artísticos excelentes que dibujaron auténticos
    carteles de toros, como demuestran las fotografías de Francis Sánchez publicadas por este diario. Si el orden de salida de los toros hubiese sido más lógico —a quién se le ocurre sacar el toro de más trapío en primer lugar—, si no se hubiese dejado enganchar tanto
    los trapos y si hubiese estado mejor con la espada, la tarde no hubiera sido gloriosa, pero sí bastante más celebrada. Aparte de otras circunstancias que pudieron influir en el resultado. Ya en los días previos, la plaza de toros había sido prácticamente “tomada”
    por el entorno del torero, que establece su propio guión, elige la cantidad y la procedencia de los toros e impone condiciones organizativas a diestro y siniestro, invadiendo o
    pisando a veces terrenos que, por no ser
    los suyos, el propio José Tomás debería de
    revisar. La propiedad, la empresa, la autoridad y la prensa, entre otros, tienen su sitio que se debe respetar se llame como se llame el que venga a torear. Si bien, dada la importancia del asunto para la ciudad, todos se
    pusieron —nos pusimos— a colaborar. Al final la organización coordinada de la sociedad propietaria, equipo gubernativo, policías, empresa, protección civil, personal de plaza, —ahí está siempre Juan— evitó posibles y probables problemas. Eso sí, que la prensa local salga de su lugar habitual o que las peñas jiennenses no pudiesen poner sus pancartas son decisiones equivocadas que pueden generar efectos negativos. Con esos detalles privan a la plaza de mostrar referencias propias del lugar. Menos mal que algunas empresas locales lucieron sus bien pagados anuncios y así se salvaba un poco esa falta de identificación local. Qué bien hubiesen lucido en los palcos los típicos chirris y pastiras. De cualquier manera, no se puede pasar página así como así de lo que supuso un hito en la historia taurina y no taurina de Jaén. Soñar con tardes gloriosas es lo más natural, pero creer que eso sea lo normal, es una ingenuidad. El hombre propone, Dios dispone y el toro lo descompone. Tampoco sería inteligente tirar piedras a nuestro propio tejado despreciando las cosas buenas que ocurrieron. José Tomás puede ser un héroe, pero sigue siendo un ser humano. Raro, como él solo. Pero humano.

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