Y así sucesivamente

27 ago 2020 / 11:07 H.
Ver comentarios

No se supo muy bien por qué España presentaba más casos de contagios —en proporción poblacional— que el resto de países europeos de alrededor, teniendo en cuenta las drásticas medidas de aislamiento que se tomaron, aunque llegaran algo tarde, porque cuando nos obligaron a encerrarnos, lo raro era no haberse enfermado. La OMS mandaba, y aquí se siguió al dedillo su dictado. Confinados y confiados en que tras la primera ola no vendría la segunda y que, tras el esfuerzo colosal y humano que se realizó, no se repetirían las trágicas situaciones que se afrontaron, ahora que la nueva ola ha aparecido, hay que preguntarse por qué aquí —otra vez— hay más casos que en otros países de la Unión Europea. Y lo peor, los rebrotes no están controlados, son más peligrosos que nunca porque el virus ha mutado y las cepas se han vuelto más virulentas... Ni que decir tiene que Suecia casi da por erradicada la pandemia, o que en Dinamarca van por la calle sin mascarilla. No les hace falta ni necesitan distancia social, porque ya la ponen de por sí: allí lo raro es saludarse con un apretón de manos, así que ni hablemos de besos. Un escueto hola de lejos es lo que se espetan a lo sumo. Luego vienen a nuestras discotecas —como si fueran mías—, y acaban revolcándose en las playas, culminando, eso sí, el sueño de los Pijoaparte de turno, que luego también se convierte, recordando la mítica novela, en desilusión. Y cada mochuelo a su olivo.

España es, sin dudarlo, el país europeo de la fiesta y el buen tiempo, el calorcito, el verano y la piscina, el callejeo, las terrazas y los bares, el centro neurálgico de la juerga. Mallorca o Marbella, por citar dos ejemplos, resultan lo más atractivo para jovencitos de clase social acomodada con ganas de aventuras estivales. El ritmo de la noche y su canción interminable de hedonismo. Juventud, divino tesoro, como si el tiempo fuera a agotarse... Y ahí chocan los propósitos y las actitudes, las necesidades internas con la superficialidad, la responsabilidad individual con la colectiva.

El neoliberalismo del capitalismo tardío —o avanzado— se erige sobre la responsabilidad individual, esa que tanto se invoca en los últimos meses y semanas. Se basa en la defensa a ultranza de una individualidad radical, libre de hacer y deshacer, de tomar medidas bajo la responsabilidad de cada uno, instituyéndonos como sistema, sujetos independientes como sistema y capacidad autónoma de decisión, sin tener que dar cuentas a nadie, si acaso a alguna instancia metafísica, que eso se verá llegado el caso. No se trata aquí más que de los individuos, de esa lógica aberrante que por equivocación coge el rábano por las hojas. Nadie le quita al individuo su inviolabilidad, su espacio vital, su capacidad para ser o estar, sino que no debemos permitir que se confundan los límites difusos del yo, su vocación abisal, y su relación con el nosotros. Esa es la dialéctica que nos configura. Cuando interesa, claro. Fijémonos. Se abre un paralelismo inexcusable entre la responsabilidad de los estados y la de las empresas farmacéuticas, la hábil alianza del capital para entender esa misma dialéctica pero a nivel macroeconómico, para beneficio de las clases dirigentes, para beneficio de los privilegiados, para beneficio de los poderosos, para beneficio de los de siempre, para beneficio de los plutócratas, y así sucesivamente.

Articulistas