Vuelta al cole

    17 sep 2023 / 09:36 H.
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    Los Aranda bajábamos al chalé de las primas a celebrar el santo de la tita María. Aquellas hermanas de mi abuelo, unas viudas y otras solteras hasta la muerte, coquetas y frágiles, servían un ponche aliñado con el remate de los despenseros en una gran tinaja con olor a canción de Brassens. El agua dejaba de estar apetecible en la piscina donde aprendimos a nadar. La casa familiar entonces iba adquiriendo el ritual de las mariposas que liberaban los libros recién traídos de la vieja papelería del barrio; el misterio de los nuevos saberes que no venían de las pizarras e irían ensuciando los cuadernos en los márgenes donde demoran su melancolía los niños aéreos. No había teléfonos para ensayar el rostro de los amigos o advertir en qué quedaron aquellos corazones que borraron nuestros dedos del pupitre cuando el timbre de salida nos salvó de la tormenta o el abrazo del paraíso. Ahora que estrenamos la primera página de nuestra agenda para prender las ruinas del verano, hay una esperanza aún hermosa y viva que madruga todas las mañanas camino de su buen lugar en la vida. Nunca es tarde para arrancar la página de la barbarie. Se lo debemos a nuestros sueños. Y a quienes serán dignos algún día de heredarlos.

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