Voy camino a Madrid

25 nov 2024 / 09:05 H.
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Voy camino a Madrid en un tren cansado, cuyos crujidos parecen el lamento de un tiempo que no avanza. Las ventanas vibran al contacto, los asientos guardan historias en sus manchas como cicatrices, y el paisaje se diluye al otro lado del cristal. Los olivares, verdes y eternos, pintan la tierra de vida hasta que la noche los envuelve en su abrazo oscuro. El sonido del rail es un lamento, una copla de hierro que atraviesa el alma y deja el frío adherido a la espalda.

En este trayecto, donde el tiempo parece suspenderse como niebla detenida en el valle, siento el peso del olvido. La realidad de Jaén, con sus pueblos y aldeas que se desmantelan en silencio, brota como un manantial imposible de ser frenado. Cada kilómetro me arranca una pena porque desvela distancia física y emocional. Cada chirrido, reclama justicia y atención.

Pero Jaén no es solo abandono. Es también resistencia. Es la mano callosa del jornalero que siembra esperanza en la tierra. Es el susurro de los olivares al viento, que cuentan historias de quienes nunca dejaron de soñar. Sin embargo, esa esperanza necesita raíles sólidos, caminos que conecten más que territorios: que unan vidas, futuros, oportunidades.

La ausencia de la alta velocidad en nuestra provincia no es solo una carencia técnica. Es el símbolo de un país que no siempre escucha las voces de su periferia. Dicen que no llegamos a los números, que no somos “rentables”. Pero, ¿cuándo la justicia se midió en cifras? Cada pueblo que queda al margen, cada vida que no alcanza su destino por falta de comunicaciones, es una derrota.

Jaén no puede seguir siendo una promesa eternamente aplazada. Pues una vía que no se construye, es una conexión que se posterga, una oportunidad de avance que desaparece, un sueño que queda atrapado en el pasado. Pero también sé que cada persona que denuncia, que exige; puede abrir una puerta que conduzca al cambio. Porque esta tierra nuestra, se lo merece todo. Merece ser parte de una España que se une en lugar de fragmentarse, que escucha y actúa en lugar de paralizarse por la culpa.

Mientras el tren avanza y las luces de la capital parpadean a lo lejos, pienso en las calzadas que aún podemos construir. La esperanza no está perdida. Está en cada uno de nosotros que no dejamos de creer en esta tierra. Está en cada joven que sueña con un futuro sin tener que abandonar su hogar. Está en la decisión firme de exigir lo que nos pertenece: no como un favor, sino como un derecho.

El AVE que nos falta es una lucha más a la que no renunciaremos. Y aunque hoy el trayecto resulte lento como el despertar de una perdiz en un día de otoño, aunque el crujido del tren me recuerde lo mucho que queda por hacer, sé que Jaén encontrará su senda. Porque no somos una provincia a la que se pueda olvidar: somos una tierra que sabe esperar, resistir y florecer.

Cuando llegue el AVE, no solo llegará un tren, vendrán ilusiones, se fortalecerán raíces y se esparcirán semillas de futuro sobre los olivos, verdes y eternos, pintando la tierra de vida incluso en la noche; ésta que envuelve los campos en su abrazo oscuro.

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