Votar es decidir

    01 ago 2023 / 09:07 H.
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    Hemos estado jugando durante los últimos meses al hartizo juego de las elecciones. Un juego que tiene sus reglas establecidas, que agradan de manera dispar al conjunto de la población, en función de sus intereses particulares. Un juego éste, que cada cuatrienio acapara protagonismo en el escenario del circo mediático y al que este pasado 23 de julio, 23.288 jóvenes de Jaén han podido jugar por primera vez. Jóvenes poco acostumbrados a tomar decisiones, que asumen la responsabilidad y el derecho cuando son llamados a las urnas, desde la bisoña postura de no ser conscientes aún de que nuestro éxito depende de lo acertadas o no que sean las elecciones que hacemos. Tenemos claro que nuestras vidas son la suma de nuestras decisiones. Cada minuto, cada día, tomamos una infinidad de pequeñas y grandes decisiones que pueden cambiar el curso de nuestra vida. Muchas de estas decisiones son un intento de no cometer errores. Los menos jóvenes tendemos a utilizar métodos racionales que nos ayuden a evitar el exceso de confianza o a estructurar nuestro pensamiento, a fin de evitar que el artificio propagandista que satura el periodo en clave electoral, nos distraiga, confunda o intimide a la hora de tomar nuestra decisión. No obstante, un enfoque exclusivamente racional limita la creatividad y subestima la intuición, tan necesarias cuando de ver “un poco más allá” se trata.

    Otro gran obstáculo, que tenemos los adultos para la toma inteligente de decisiones es el miedo al riesgo. Muchas veces, no arriesgarse equivale a dejar pasar una buena oportunidad, y no fallar supone perder la ocasión de aprender del error. No hay fórmulas perfectas para saber decantarse por lo que más nos conviene; sí es posible, en cambio, aprender a hacerlo mejor. Ninguna decisión es perfecta, pero no lanzarse a ello a veces es peor. Los jóvenes, por imberbes, ignoran el hecho de que es difícil abordar una decisión en serio hasta que no imaginamos sus implicaciones concretas: ¿cómo nos afectará? ¿cuánto nos costará? ¿estamos dispuestos a pagar el precio? Ellos perciben como acertadas en abstracto muchas de sus decisiones, que luego resultan ser desastrosas una vez las llevan a la práctica. Los adultos, tenemos la responsabilidad de ayudarles a imaginarlas con concreción, antes de que se conviertan en tales.

    Los jóvenes de hoy, al amparo de la cultura “lean startup” —que guía sus pautas, sus comportamientos y va construyendo su estilo de vida centrado en la creación de valor a través de la experimentación, la iteración y el aprendizaje validado— tienen perfectamente interiorizado que un fallo puede enseñarles más que todas sus decisiones acertadas juntas. Sin embargo, nos ocurre a los mayores que cuantos más años y experiencia tenemos, más nos enorgullecemos de no cometer errores. Reconocer los errores propios cuesta mucho, pero cuantos menos cometemos, menos aprendemos. Las elecciones debieran ser un momento magnífico para hacernos reflexionar sobre cómo nos condicionan nuestras decisiones anteriores, la educación que hemos recibido o la experiencia adquirida, y cual sería nuestra decisión si estas influencias no existieran.

    Aprender a tomar decisiones importantes con mayor facilidad, claridad y en menos tiempo es un reto para todos, fundamentalmente porque estamos inmersos en un contexto de globalidad. Vivimos casi sin darnos cuenta en un entorno tan extraordinariamente dinámico, que resulta indispensable conocer ese contexto para entender la naturaleza de nuestras decisiones. No podemos ni debemos tomar una decisión ignorando cuáles son las consecuencias que pueden derivarse de la misma. Puede que tengamos que seguir dentro de algunos meses, jugando a este juego de las elecciones. Si así fuera... esforcémonos por entender el contexto, por conocer las opciones y las consecuencias de nuestra decisión y por saber de qué nos podemos arrepentir si decidimos una cosa u otra, teniendo claro y haciéndoselo saber a nuestros jóvenes, que el conocimiento y la seguridad total no existen.

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