¡Viva San Marcos!

26 abr 2024 / 09:02 H.
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El aficionado clásico que gusta de ir a la plaza de toros en busca de verónicas y naturales, es muy probable que se sorprenda la primera vez que asista a los toros de San Marcos. Que así, como “de San Marcos” se viene llamando esta fiesta, vaya usted a saber desde cuántos siglos. A ver si porque los toros vayan ensogados, vamos a darle más protagonismo en el título a la cuerda que al santo. El caso es que para un aficionado —digamos— convencional, ver así, de golpe, un toro enmaromado, obligado, “cascado”, no es un espectáculo fácilmente asimilable a primera vista. ¿Esto de qué va? Se preguntará. Y en ese momento podrá optar por el rechazo inmediato o por adoptar una actitud abierta a encontrarle sentido. Porque, siendo ecuánimes y sinceros, deberíamos pensar que el mismo o mayor rechazo podría producir al neófito en materia taurina ver un toro picado, banderilleado y estoqueado por muy suelto y libre de maroma que vaya. En ambos casos hay que buscar los porqués de la fiesta, el porqué del puyazo, el porqué de la cuerda, el porqué del collar, el porqué del aparejo, el porqué del cascar o el porqué de sacrificar (o no).

Si la corrida de toros tiene tres tercios —de varas, de banderillas o de muerte— San Marcos tiene tres tiempos fundamentales: el desencajonamiento (la fuerza de la naturaleza), el cascado de las reses (la unión para dominarla) y la procesión del Santo (tan cristiana como pagana). No es lo importante la cantidad de toros sino lo que se representa con su presencia. Es más, cuando la cantidad de toros implique cambios en esos tiempos de la fiesta será —o es ya— porque están sobrando toros. Esto no va de “batir récords”. La importancia del rito, de cualquier rito, se resalta con el respeto a sus fechas, a sus tiempos y a sus liturgias.

De todas formas, antes incluso de enterarnos de lo que va, es imposible no contagiarse de lo que se genera en torno a los toros de San Marcos; algo que te engancha, que te saca de prejuicios, una fiesta que te arrastra, que te lleva sin saber cómo y que, cuando te das cuenta, formas parte de ella cantando la diana o abrazando gente que acabas de conocer. Aquí pasa algo grande, extraordinario; no es una fiesta corriente, ni mucho menos. Hay algo de magia; hay mucho de rito; se para la historia; y, sobre todo, hay mucho de pueblo que toma la calle estos días y que canta su fuerza. Y hay, cómo no, mucho de subversivo, pues la misma copla es un aviso a gobernantes: “... nadie las puede quitar, ni el alcalde ni su hermano, ni Tomás el Municipal”. A la fiesta le vienen bien aquellos versos del poeta andaluz: —Hasta que el pueblo las canta, las coplas coplas no son—. Las fiestas que aguantan son las que asume el pueblo como suyas, sale a la calle, se la apropia, la engalana y la inunda con su alegría. Ahí radica el atractivo de la fiesta de San Marcos. Un canto a la libertad, un cambio, una transformación. Una terapia colectiva, una renovación, una explosión de sinceridad y de naturalidad. Es la explosión de la primavera, de la vida, de la libertad, de la tolerancia, donde todo cabe, todo se entiende, todo se disculpa, todo se tolera, nada se discute, nada se protesta y nada se prohíbe. Así debe ser. No es una fiesta corriente, no. Es excitante, contagiosa, misteriosamente sagrada y religiosamente profana. Desde la España más profunda, ¡Viva San Marcos!

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