Visión estival
Mi madre añadía cuidadosamente un adorno de merengue alrededor de la tarta que había estado currándose toda la víspera. El calor se dejaba ver ya postrado sobre el hastío de las horas como un ángel felino que visitase el piso familiar durante los veranos. Llegado el momento, mientras buscas la sala donde esperan tus invitados con el enorme pastel entre las manos, las estancias del hogar van cambiando sus luces, los colores de la ropa, el olor de los cuerpos, la pregunta de los antifaces. Es otro amor quien pregunta en qué cajón están los números de cera para encender esa fugaz consigna en que creemos fértil el deseo y el corazón del mundo aplica su diástole con el marcapasos moribundo de su incertidumbre, preso más que nunca de sus miedos. Te acercas a tientas hacia esas voces en fiesta y distingues a los niños que han ido llegando al círculo de tu miopía. Mi hermana los prepara para el canto y los aplausos. Llegar a veces se hace interminable, otras un precipicio de tiempo sin conciencia. Pasas el umbral y miras si están quienes esperabas y si todo lo que dio de sí la vida sigue posando con gracia y guiña su ojo izquierdo cuando salta el flash a la hora de soplar las velas en la rosa interior de todos los aniversarios.