Violencia estructural

17 ene 2023 / 17:08 H.
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El 2022 se ha cerrado con cierta alarma social por la sucesión de víctimas mortales por violencia de género en las últimas semanas del año. Miguel Lorente, como experto, siempre ha recordado que en las muertes por violencia de género se produce un efecto imitación. Este efecto contagio no se produce obviamente con carácter general, pero las noticias influyen en hombres que tienen intención de hacerlo.

El 2022 se ha cerrado con 49 víctimas, un número muy similar al de años anteriores. En los últimos años las víctimas mortales por violencia de género se han estabilizado en aproximadamente medio centenar, y hay otros datos que indican que algo no avanza en la lucha contra la violencia de género. El número de denuncias, lejos de crecer ha decrecido sistemáticamente en la última década. Las llamadas al 016 se mantienen prácticamente estables. Las medidas de protección y el protocolo Viogen, que se pone en marcha cuando se aprecia riesgo, son escasas, y a pesar de eso, un número importante, más del 30% de las víctimas mortales, tenían medidas de protección o existía constancia institucional de su situación. El pacto de estado firmado en 2017 ha movilizado importantes recursos económicos para la lucha contra la violencia y ha implicado a las administraciones más cercanas, los ayuntamientos. Y otro dato interesante, el número de hombres en prisión por violencia de género ha pasado de 4.734 en 2009 a 6.930 en 2019. Es decir, las medidas punitivas están funcionando.

Mi conclusión después de analizar todos estos datos vuelve a situarme en la casilla de salida ante una violencia que es estructural y que por tanto requiere de una respuesta integral, coordinada y sostenida en el tiempo. No ayudan nada los mensajes de tolerancia y justificación que los nuevos populismos de la derecha lanzan constantemente hacia este tipo de conductas machistas. Tampoco la frivolidad con la que en ocasiones se aborda esta cuestión desde los medios de comunicación y las instituciones. Urge un consenso en el sistema educativo para que no solo se eliminen los comportamientos machistas en las aulas, sino que se eduque a niños y niñas en una auténtica cultura social de respeto, y de aceptación de la igualdad, que influya y prevenga comportamientos machistas y violentos.

Las diferencias de género empiezan a parecer en el sistema educativo a partir de los 6 años, según los estudios. A partir de ahí, habría que hacer especial hincapié en educar a niños desprovistos de prejuicios y roles sexistas, y si es posible ofrecer una adecuada educación sexual y afectiva para evitar que los niños consuman pornografía desde edades tempranas.

Durante estas vacaciones, viendo en televisión la reciente serie “Machos Alfa”, además de reírme, reflexionaba sobre esto y sobre lo poco que avanzamos en nuestra cultura social. El núcleo gordiano de la violencia de género es una cultura ancestral que debemos desterrar a base de educación. El considerar inferior a una mujer, el no respetar sus propias decisiones, la no aceptación del éxito o el progreso de tu pareja, la rabia cuando ella avanza más que tú, y la propia misoginia, son el caldo de cultivo de relaciones tensas que pueden conducir a los malos tratos y la violencia. Junto a la educación hay otro factor determinante, mantener una tolerancia social cero ante este tipo de comportamientos.

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