Violencia en los jóvenes
Hace pocos días pude ver en un telediario de ámbito nacional, en concreto en sus noticias del mediodía, esa hora en la que la familia está reunida en torno a la comida y el televisor, niños incluidos, la noticia de que ser jugador de videojuegos ahora está bien visto por los empleadores de nuestro país. Enseguida me vinieron a la cabeza las tres estrategias de persuasión que tienen por objeto permanente domesticar nuestras mentes: la publicidad, el marketing y los sondeos. En nuestras democracias imperfectas estas tres técnicas se confunden con nuestra cotidianeidad y forman hasta parte de nuestro entorno familiar sin que nos demos cuenta. Lo propio de la ideología dominante en nuestras sociedades políticas es ser total y literalmente invisible. Me encontré ante un televisor, ante un mundo como el de los videojuegos, y junto a unos niños. Pensé en la violencia que puede plantar en los niños el hábito de ver la televisión, y también pensé en la influencia de los videojuegos violentos que han llegado a ser la principal distracción de los niños y adolescentes. Pero la violencia, de la que se debe decir mucho, no es el único problema que se plantea al acercarse un niño al televisor o a los videojuegos. Hay estudios que nos dan el dato de que un niño habrá visto cien mil anuncios antes de alcanzar los doce años. Anuncios que subrepticiamente van a enseñarles a nuestros niños los criterios consensuables de lo verdadero, lo justo, lo bello y el bien; o sea, los cuatro principales valores morales sobre los cuales nuestros niños edificarán su visión estética y moral del mundo. En mi opinión estamos en el punto en el que la televisión ya ha impuesto los criterios emocionales por encima de los argumentos racionales y científicos. No creo recordar en mi vida haber visto alguna vez unida la racionalidad a la publicidad. En los anuncios ninguno nos planteamos la cuestión de si el publicista dice la verdad o no; y las proposiciones de lógica son tan escasas como la gente fea en ellos. En ellos no hay una serie de aserciones verificables o presentadas con lógica, hay pura mitología en la que vemos gente muy guapa comprando o vendiendo, comiendo esto o aquello o usando tal pasta de dientes con una felicidad de éxtasis. Un anuncio puede gustar o no, y no se puede refutar. En ellos no se hacen afirmaciones si no son las que nosotros como espectadores deducimos de ellos o son las que nosotros proyectamos sobre la escena.
Por cierto, y volviendo a nuestros niños, los dibujos animados, de los que son tan grandes consumidores, no se refutan tampoco. No digo que no existan algunos con una enorme calidad poética o que enriquezcan la imaginación, pero la gran mayoría presentan un mundo simplista, sin término medio, maniqueísta, lleno de prejuicios y, por supuesto, lleno de violencia. Contabilizando, solo en una hora de dibujos, se ha sacado el dato de cuarenta y un actos de violencia. En los videojuegos se nos presentan mini relatos de aventuras situadas en escenarios o guerras reales. Y un héroe sigue un camino iniciático en el que no para de eliminar adversarios cada vez más temibles. Con solo pulsar un botón, niños y adolescentes pueden matar, destruir, fusilar. Ese pequeño gesto de pulsar
un botón y matar, a la larga, banaliza esa
idea de la filosofía y religión, de todas las civilizaciones, que es la idea de la muerte. La estadística nos dice que a la edad de dieciocho años un joven puede haber eliminado
sin inmutarse a cuarenta mil adversarios. Quiero dejar aquí transcritas unas palabras
del doctor Samuel Lepastier del hospital de Santa Ana de París, del Centro de psiquiatría del niño y el adolescente: “El hecho de ver espectáculos violentos puede tener un efecto calmante hasta cierto umbral. Más allá de él, el excedente de excitación vinculado a las imágenes ya no se elabora en el plano psicológico. Es ahí donde aparece una descarga
de esta excitación por vías varias. Los niños pueden estar ansiosos o tener pesadillas. En un grado mayor, la evacuación se hace por medio de juegos, imitaciones, por pasar al acto...”. En fin.