Vigilia de fiesta

    21 ago 2021 / 17:53 H.
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    Tenía la mañana de aquel sábado un aroma a pan duro tostado y humedecido de margarina cubierta con una fina capa de sucedáneo de cacao. Con la cara limpia de churretes salía en busca de los amigos que ya esperaban en la plazoleta, juntos subíamos a las faldas del cerro santa Catalina donde las sombras de los pinos aun adolescentes cubrían nuestros juegos. Era un sábado más de cualquier verano de los años sesenta, antes del mediodía ya estaba de nuevo en casa y sobre las dos de la tarde aparecía mi padre con el sobre del salario semanal. Pasada la siesta todo se tornaba remolinos, uno iba a por pan, otro a por mortadela, mi madre hacía tortilla de patatas, mi hermana preparaba el menaje, mantel y las toallas. Luego por la noche se hacía imposible dormir, la cabeza era un río de sueños donde se refrescan la sandía, los tomates y los biscutes, donde los niños se bañan en calzoncillos y los mayores bucean por sus chilancos. El Puente la Sierra está a la vuelta la esquina, en cuanto amanezca y el autobús nos lleve al Portazgo. Hoy día el río baja casi seco y su agua no es de fiar, las vigilias duermen y sus sueños ya no se hacen realidad.

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