Vandelvira en Baeza

    21 oct 2023 / 09:15 H.
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    Van “mis sueños” cabalgando de nuevo por estas tierras en que plasmé mi amor por la piedra, por su corte y labrado, para mayor gloria de Nuestro Señor. Esos paneles que recogen mis idas y venidas frente a las ermitas, iglesias, palacios, puentes o catedrales a los que di mi vida, mi ingenio y mi aliento, se asientan ahora en la ciudad de Baeza. Se expusieron ya, con gran éxito, en el Palacio de Villardompardo de Jaén, en el Hospital de Santiago de Úbeda, en mi Alcaraz natal y, emprendiendo de nuevo el soplo del camino, llegan ahora, como os digo, a Baeza a la Escuela de Arte Gaspar Becerra, en su sala Julio Burell. Ardo en deseos de dejarme llevar, de nuevo, por ese cosquilleo que me recorre cuando oigo mi nombre y esas elogiosas palabras que dedicáis a mi obra. Una experiencia que ya he vivido y que ahora volverá con la magna inauguración que se vislumbra en el horizonte. Y en ella, en ese acto próximo, me sentiré especialmente orgulloso de “hacerme mortal” de nuevo en la piel, la voz y el justo porte de Eduardo Duro, actor de larga trayectoria, que ha sabido dotar a mi figura, a mi recuerdo, del empaque más real que los siglos han conocido desde mi marcha a los celestiales palcos en los que sigo disfrutando de mis obras y de la huella que Dios nuestro Señor me permitió dejar en esa tierra que hollé sin descanso. “Nunca hubo un Vandelvira como Eduardo Duro”, he oído en ocasiones de boca de quienes me han impulsado de nuevo a la vida con su esfuerzo para “levantar” esta exposición de la que tan orgulloso me siento. Y debo estar de acuerdo con ellos. Desde aquel lejano tiempo nunca nadie me representó así, con el regio respeto, el agudo e incisivo discurso, el paso justo con el lento discurrir de la edad, la profunda mirada a un ayer glorioso y, a la vez, a ese futuro en el que todo parece cobrar vida de nuevo. Y todo ello, aunque no lo creáis, me sigue sonrojando desde el peso de la historia.

    Los agradecimientos no pueden quedar aquí. Una y otra vez me asombra profundamente el trazo con que Juan Eduardo Latorre plasma mis fachadas, mis arcos, mi obra en suma y, además, las palabras de Jesús C. Palomo, Francisco Latorre y Pedro A. López se mezclan de tal modo con el dibujo que forman una unidad que traspasa calendarios, que me hace sentir que, realmente, todo ello forma parte de mis sueños, de mis más íntimos deseos, de mi trayectoria terrenal e incluso más allá.

    Ahora, en Baeza, de nuevo se abren mis ojos a la vida, mis sueños se vuelven materiales, mi mirada se hace luz y la historia se diría renovada, brotada otra vez desde su siglo primigenio. Vuelvo a revivir la accidentada construcción de la Catedral a la que llegué tras el derrumbe y remodelación de anteriores partes musulmanas, góticas, mudéjares y platerescas. Mi buen obispo Francisco Delgado me confió la reconstrucción y ahí plasmé ya visiones renacentistas. Luego continuaron las obras Cristóbal Pérez y Villalpando pero todo ello podréis consultarlo en la exposición.

    No solo diseñé en Baeza ese renacer de la catedral de la Natividad de Nuestra Señora, sino que también participé en la capilla mayor de la iglesia del convento de San Francisco, ideada como monumento funerario de los Benavides. Dicen los entendidos que esta era una de mis obras principales y la sitúan como modelo del Renacimiento andaluz, Lamentablemente solo se conserva una mínima parte tras un terremoto y los saqueos de las tropas napoleónicas. De nuevo os emplazo a conocer su historia en el panel correspondiente de la exposición.

    Una vez más, repasando todos y cada uno de estos “mis sueños” plasmados en los artísticos paneles que no podéis dejar de disfrutar, caigo en la cuenta del recorrido, siglo a siglo, que las obras que un día diseñé como maestro cantero, como arquitecto, han ido realizando. Y en cada sillar, en cada golpe de cincel, hay un latido de mi propio corazón. Un corazón que sigue palpitando en cada una de vuestras miradas, en vuestros sueños que también son los míos.

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