Vandelvira al habla

    20 jul 2024 / 09:27 H.
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    Cuán satisfecho me encuentro en mi último refugio! Os agradezco desde mi morada, en San Ildefonso, el continuo recuerdo que hacéis de mi obra, de mi arte, de mi persona, de mi familia incluso. A pesar de que nunca me abandonó ese deleite empapado de cierta soberbia que siempre te hace creer que sobrevivirás al tiempo cuando tus manos levantan torres, templos y palacios, os reconozco este afán por airear mi figura. Iba a escribir “humilde”, pero me contengo.

    Ese Grupo Vandelvira que lleva mi nombre por los pueblos y ciudades, por las mentes y almas de las gentes que los pueblan tanto tiempo después de mi marcha a los cielos, ese Grupo, digo, ha recogido todo lo que de mí se conserva con sabias apreciaciones, ajustados y afinados textos, un pulcro y exquisito tacto y la sublime plasmación de lo que aporté transfigurado en dibujos que lo acrecientan, acercan y transmiten con el rigor preciso y, a la vez, la ternura propia de quien se hace uno con mi recuerdo y con mi mano de cantero esforzado y arquitecto soñador.

    Y es ahí, en esa faceta de “mis sueños” donde se han especializado, por decirlo de algún modo. Cuando pienso en Jesús Palomo, en Paco Latorre, en Pedro Antonio López, sé que, en el fondo, beben de mi trabajo, pero, aunque ellos no lo saben, tiempo ha que crecí en su corazón de escritores, de poetas, de recreadores de realidades no siempre reales y ahí planté las semillas que han ido germinando poco a poco, pueblo a pueblo, haciendo del recuerdo, actualidad, del sueño, vigilia cotidiana, del ansia de saber y conocer, luz que guía y sendero marcado. Es curioso que yo que escucho agazapado entre los sillares, las columnas, las bóvedas, los comentarios de quienes se acercan a disfrutar la exposición, nunca el comentario es el mismo ante cada panel. Cada espectador, cada espectadora, se deja llevar y proyecta en cada texto su propia experiencia. Cada persona ve y lee lo mismo pero su interpretación es tan diversa, rica y distinta que me asombro y me enorgullezco por ellos, por los autores, y por mí mismo. Si los textos producen tales efectos, ¡qué decir de los dibujos! Cada trazo deviene en virtuoso canje que muta ante la mirada embelesada, aunque crítica y escrutadora, de quien se acerca. El arte que demuestra Juan Eduardo Latorre es de tal calibre que eclipsa en ocasiones al propio escenario y me produce ciertos celos que me apresuro a apartar dejando sitio a la admiración que profeso ante la magnificencia de su trabajo. Los ojos que miran no siempre ven. Y los que ven no siempre aciertan a mirar. Sin embargo, ante cualquier visitante de la exposición, sé, siento, que mi obra rejuvenece y se hace de nuevo, se construye siguiendo mis ideas, pero con un distinto barniz tanto del dibujo como del propio sentimiento del espectador. Y ese juego me inflama, me llena de nuevas percepciones e imagino bosquejos al hilo del delineado apunte que los paneles entregan sin pudor alguno a quien los descifra con la viva agudeza del arte percibido de dentro hacia fuera.

    Ya he perdido la cuenta de las muchas etapas que llevo, que llevamos recorridas. Logias, galerías, claustros, casas de cultura, castillos, academias de arte, museos, palacios, centros de interpretación... muchos han sido los escenarios en que he podido volver a encontrarme con todos aquellos que siguen sintiendo algo dentro cuando oyen, escuchan o leen mi nombre. Y muchos otros quedan en la letanía a la espera que aparezcamos, que “soñemos” con ellos y en ellos. Dejad que os anime, amigos, amigas, a fijar vuestros ojos en mis obras a través de los dibujos, de entornarlos para entrar despacio en mis sueños mientras devoráis los textos. Dejadme vivir de nuevo a vuestro lado y sentidme cerca.

    Luego, acercad vuestras manos a los muros de la ermita, de la catedral, del puente, del palacio que habéis descubierto dibujado en el panel o que ya conocíais. Sentid el latido de la piedra, el frío de la historia, el vaho del tiempo... En ese momento seréis ya parte de mis sueños para siempre.

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