Valores perdidos
L a primera vez que leí “El señor de las moscas” pensé que el hombre, por naturaleza, es un animal que depende de un proceso de socialización temprana para poder vivir en armonía. Solo una isla desierta podría convertir a jóvenes civilizados en tiranos y delincuentes, ¿o tal vez no sea exactamente cierto? En la obra de William Golding, algunos niños mantenían vivo un fuego, símbolo de esperanza, mientras hablaban por turnos en función de quién poseyese una caracola, alegoría de la autoridad y el orden. Otros, sin embargo, tomaron el poder por la fuerza, olvidando las enseñanzas de sus padres y tutores. Nuestros valores no son el resultado de una vida hedonista, sino del cúmulo complejo de situaciones que nos han alumbrado: los libros que vimos leer a nuestros padres, el trato educado que observamos en nuestros abuelos o aprender a bajar la cabeza cuando un maestro nos corrigió. Nuestro señor de las moscas es el miedo a lo desconocido, un terror que solo puede manejarse mediante las luces de la razón y el respeto. La virtud es una elección y buscarla, una responsabilidad. El mayor pecado no es perdernos sino no querer encontrarnos.