Valle de reflejos

18 may 2021 / 10:41 H.
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Apenas le quedaba, ya, oxígeno al agonizante siglo XIX, cuando, en Madrid, se produjo un incidente. Reunidos en el Café de la Montaña, varios escritores dialogaban en animado debate. Solemos imaginar una tertulia como un apacible intercambio de opiniones en el que priman la placidez, el ingenio y la serenidad; pero aquel día estalló la discordia entre dos de los asistentes. Y la situación derivó en un aparatoso intercambio de bastonazos y lanzamiento de objetos contundentes. Como consecuencia de ello, uno de los participantes en la riña quedó especialmente maltrecho. Aunque nada hacía presagiar que la herida de su brazo izquierdo se gangrenaría, días después, de modo que el hombre acabaría perdiendo el brazo por un cúmulo de aciagos factores.

Meses después de la amputación del miembro, nuestro personaje, que arrastraba una notoria precariedad económica y era muy querido y admirado por la intelectualidad de su tiempo, logró concitar la solidaridad de algunos de sus compañeros de la bohemia madrileña, al manifestar que le ilusionaba la adquisición de un brazo ortopédico de cierta calidad cuyo importe ascendía a mil pesetas, una suma considerable en aquellos días.

Gracias a la recaudación de una función teatral auspiciada, entre otros, por el insigne Premio Nobel Jacinto Benavente, nuestro hombre recibió la cantidad anhelada. Sin embargo, nadie alcanzó a verle, en lo sucesivo, llevando el ansiado brazo ortopédico. Es de suponer que no llegó a adquirirlo y que utilizó lo recaudado para cubrir otro tipo de necesidades o para solventar los agujeros de su exigua economía. Nuestro escritor que, como muchos habrán adivinado ya, es don Ramón María del Valle Inclán, padeció durante toda su vida frecuentes dolencias y afecciones. Seis años después de la riña del Café de la Montaña, los médicos le diagnosticaron una grave dolencia estomacal. Nuestro autor, en este caso, decidió recabar el apoyo de diversas instituciones, tales como la Diputación de La Coruña o la Asociación de Escritores y Artistas, para sufragar el tratamiento que los médicos le habían prescrito, y que consistía en una estancia temporal en el balneario jiennense de Marmolejo, por tratarse del destino ideal para el tipo de afecciones estomacales que sufría.

La burguesía, la nobleza y hasta la familia real frecuentaban este confortable lugar, que se había convertido en el establecimiento termal de moda y que contaba incluso con una estación ferroviaria
y una línea de tranvía, algo insólito y excepcional para una localidad de tales dimensiones. Sin embargo, no sabemos
si el gran escritor logró financiación
suficiente para culminar este ansiado viaje. No consta documentalmente que
don Ramón llegara a convertirse en uno de los afortunados agüistas del Balneario de Marmolejo en aquella temporada de 1905, pero es hermoso fantasear en torno a esa
posible estancia.

Valle es uno de los más grandes genios de la historia de la literatura, forjador del idioma, malabarista del lenguaje, auscultador de las pasiones humanas, y resulta sugerente intuir la inconfundible silueta del dramaturgo paseando sus luengas barbas por los jardines del balneario, rodeado de aquel entorno idílico y contemplando el reflejo deformado de nuestra esperpéntica realidad, en las plácidas aguas de Marmolejo.

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