Vacaciones: tiempo de reflexión
Estamos a punto de entrar en la temporada estival, una época que la ciudadanía aprovecha para gozar de unas merecidas vacaciones junto a la familia y, de paso, salir de la rutina diaria en la que vivimos la mayor parte del año. Es un tiempo para disfrutar, pero también para reflexionar y hacer un visionado sosegado sobre cómo ha ido el primer semestre del año, a la vez que una proyección del futuro imaginando como seremos capaces de hacer realidad nuestros propósitos. La vorágine que vivimos actualmente en nuestro país en el ámbito político, en ocasiones con toques esperpénticos, sin tiempo para el sosiego y la reflexión y con episodios que llegan a lo grotesco, no facilita la búsqueda de soluciones que nos conduzcan a un inequívoco sentimiento democrático y que puedan satisfacer todas nuestras necesidades. Asistimos a diario a enfrentamientos en los medios televisivos, en la prensa escrita y en las redes sociales, más propios de reuniones de los “hooligans” (no sé si ilustrados o no) que priman los intereses partidistas por encima de realidades que la ciudadanía palpa a diario en sus propias carnes. Es un buen momento, por tanto, para reflexionar sobre lo que preocupa e interesa a la mayoría. Reflexionar sobre la finalización de un curso escolar-académico en el que han quedado muchas cosas en el camino. ¿Que han hecho las administraciones nacionales y autonómicas después del informe PISA? No se conocen medidas de ningún tipo que pudieran afectar, entre otras muchas, a la formación y dignificación del profesorado, al incremento del gasto en educación, a la calidad y equidad, a la evaluación del sistema y al compromiso social con los valores constitucionales. Es un buen momento para reflexionar. En el ámbito sociopolítico y económico temas como el acceso a la vivienda de los jóvenes, el paro endémico, las desigualdades sociales, la cesta de la compra, los sufrimientos de los autónomos y las pequeñas y medianas empresas, los salarios paupérrimos, la energía, el transporte, la sanidad, la inmigración, la brecha de género, la atención a las personas mayores y dependientes y otros muchos más que por sí solos generan desasosiego en la población que no se ve nunca el momento de abordarlos pero que generan grandes incógnitas para nuestro futuro. Que buena idea sería que los políticos y la sociedad en general, reflexionaran sobre estos aspectos, aunque en estos momentos nos entretengan con el reparto de cargos en la Unión Europea, las disputas judiciales y los atisbos de desigualdad territorial que, con ser importantes, solo sirven para aumentar aún más las discrepancias entre partidos con la finalidad única de acceder al poder. Por otra parte, hay grandes cambios en los discursos políticos sobre los que es necesario recapacitar porque, entre otras cuestiones, la famosa polarización de la que hoy tanto se habla y que genera enemistades entre los que piensan de manera diferente, se está reconvirtiendo a nivel institucional en la pérdida de confianza de la ciudadanía en las propias instituciones y esto puede considerarse como una amenaza para la cohesión social y territorial y para la propia democracia. La participación ciudadana es imprescindible para batallar contra la corrupción promoviendo la ética, la honestidad y la integridad en el ámbito de la política y generando lazos de confianza entre gobernantes y gobernados. La serenidad, el sosiego, la calma deben convertirse en valores centrales de los discursos políticos reconociendo la importancia de la reflexión y el análisis profundo frente a las prisas y las algarabías que con demasiada frecuencia dominan el debate político actual y que no facilitan el consenso y el diálogo necesario a nivel legislativo, ejecutivo y judicial. En esta época estival nada hace pasar mejor el tiempo como la reflexión y, si es pensando en el bien común, mucho mejor.