Utópicos colmillos

12 ene 2025 / 09:30 H.
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La conjunción astral, conjurada por ese cometa que, milenios atrás, nos visitó publicitando la Navidad, me ha enfrentado sin apenas respiro a unos toques de atención que, resumidos en dos, me han dejado rozando eso tan evanescente que hemos dado en llamar Utopía.

Las entradas enciclopédicas hablan del concepto como representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano y la oponen a distopía que resulta ser esa misma representación, pero con carga negativa y su correspondiente alienación.

El primer “trance” que me ha sobrevenido parte de nuestro paisano Emilio Lara y su próximo libro. Se llama “Los colmillos del cielo” y como subtítulo lleva “Utopías y desengaños de la historia”. Ya tenemos el primer “encontronazo”. ¿No debería ser la utopía una especie de antónimo de desengaño? La historia nos demuestra que no, que somos una especie dada al retorcimiento, a la cerrazón ideológica, al olvido interesado cuando no intencionado y a la lucha fratricida disimulada con supuestas y emotivas causas repletas de falsaria empatía.

Los siglos y su devenir nos han ido regalando momentos de euforia, de libertad gritada y, en muchas ocasiones, bañada en sangre, de empujones disfrazados de leyes, de discursos vacuos y en ocasiones malintencionados, de gargantas fieras dadas a la manipulación de plebes inocentes, de fogonazos que, en lugar de encender apagan con armas y celdas. Todavía no he podido disfrutar del libro de Emilio Lara, pero creo entender que por ahí van los “tiros” y nunca mejor aplicada esa expresión por esas innumerables utopías buscadas y que han acabado como cantaba Luis Pastor en época de cantautores: “Abrígate bien, no vayas a pillar alguna bala en los pulmones”.

Hay tantas ocasiones en nuestro pasado que podríamos reunir bajo ese título de Emilio Lara que posiblemente él haya tenido que resumir, expurgar y seleccionar mucho para no excederse de un número de páginas “razonable”. Estaré al acecho para comprobarlo y felicitarle a buen seguro por su elección de esos momentos en los que el utópico deseo sucumbió ante el colmillo feroz de la historia. Las utopías “favorecedoras” derivadas en “alienantes” están separadas por una línea exquisitamente indefinida.

Me resisto a enumerar todos los que puedo recordar, pero aprovecho ese segundo “trance” del que hablaba al principio para desgranar uno de ellos. En París, en el Museo Carnavalet, se acaba de inaugurar una exposición que los medios titulan “Utopías bajo la guillotina”. No tiene esa terrible Invención del doctor Guillotin forma de colmillo, pero sí que desgarra “al corte” músculos y huesos de aquellos que discrepan, osan levantar sus voces contra lo establecido o, sencillamente, delinquen en función del código aplicable. Tras la Revolución Francesa, llegó el Tribunal Criminal Extraordinario o el Comité de Salvación Pública en el que el fervor revolucionario, de utópicas raíces, acabó en terror. ¿Y qué decir de la Revolución Rusa? Primero se entronizó, curiosamente, el término socialismo utópico, anterior al marxismo, con Tomás Moro, Owen, Saint-Simon y otros pensadores que, obviamente, creyeron en la utopía como destino social. Todos conocemos que todo acabó con la dentellada de ese colmillo que acecha en la historia. La utopía, casi, devino en distopía.

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