Una vida sin vida

07 feb 2024 / 10:14 H.
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Josefa no había visto nunca el mar. A sus 79 años se quejaba de no haber tenido la oportunidad. María, con 75 años, le explicaba cómo era mientras comentaba que a ella lo que le habría gustado era tocar la nieve en Sierra Nevada. Decía que salía por las mañana solo para verla de lejos e imaginar cómo sería tocarla allí. Sus vecinas le decían que era igual que cuando nevaba. No conforme decía: “No puede ser igual, no puede”. Así, pasábamos las tardes en el centro de día al que venían con otras cuatro amigas. A Emilia le gustaba andar. Se quejaba de que su única caminata era de su casa a la casa de la señora a limpiar las doce horas que le dedicaba cada día. A todas les hubiese gustado viajar, nunca pudieron. Dedicaron su vida a los cuidados de otros. Vendieron sus vidas para vivir. Ahora, aunque tenían tiempo, su escasa paga no les daba para vivir y poder imaginar los viajes que otras hacían con el Imserso. Emilia, cuando recibía la paga extraordinaria nos hacía un pestiño para cada una. Decía que el aceite de oliva era caro y con otro aceite no salía bien.

La situación te sitúa en la ternura, en la lástima; o en el pobrecitas del paternalismo de la religiosidad mal entendida. Lo que estas mujeres sentían era la desigualdad, perdida de algo que veían en su “señorica” y que ellas nunca alcanzaron. Derecho al tiempo libre, a tener ocio. Tiempo para ti, para desarrollar tus deseos y emociones. Si, eso que creemos que todo el mundo disfruta; y no es así. Sin pretender usar las largas secuencias de datos, que demuestran las diferencias entre grupos y clases sociales. No hay más que mirar si salimos y paseamos fuera de nuestros barrios de confort. O simplemente dejar de mirar al infinito cuando no deseamos ver a la gente “fea”, los que no son como yo. Los que no consumen como yo, los que no suben fotos a las redes con las manos situadas como si tocasen la punta de la torre Eiffel. El ocio es un derecho humano de segunda generación, derecho a la recreación. No es nuevo, se definió a finales del siglo XIX, y aun no es universal. Tanto hablar de la constitución del 78 sin ver que sus principios no solo son de igualdad, sino de equidad. Es compensatoria para igualarnos. La obligación del gobernante público es dar acceso al ocio a quien no ha tenido o no tiene la posibilidad; en tanto, el ocio de nuestra época es para quien lo paga. La administración pública no puede ver sus recursos culturales como un gasto, sino como una inversión en vida de su ciudadanía. Por eso, no se puede entender este buen ánimo por defendernos de ataques de fuera de Andalucía y no considerar nuestros derechos básicos, ¿cómo es posible privatizar o vender las residencias de tiempo libre por no ser rentables o estar en desuso? Pues, pónganlas en uso; hay población que no accede a días de descanso fuera de su casa, se crearon con ese fin. No se trata de liquidarlas sino de darles sentido. Son instrumentos para garantizar los derechos humanos a quienes no llegan. Lo peor es que nadie se ha sentido afectada por la noticia de la venta y cesión de gestión privada de los albergues. Extraño, ¡verdad! Igual alguna vez ha pensado como Ferrer: “¡Algo no funciona en el Sistema! ¡El Sistema está fallando! ¡El Sistema está mal diseñado! O, tal vez, ¿no será que el sistema ha sido diseñado por unos pocos para su propio beneficio?”. Derechos humanos para quién, derechos humanos de quién.

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