Una primavera con prisas

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Suele ocurrir, no podemos atenernos ni someternos a una regla fija con la naturaleza. Ella es soberana e ingobernable, rompe molde y no mira de frente a nada ni nadie, ni ríe gracias al lucero del alba, por muy lucero y del alba que sea. La naturaleza juega con nosotros al parchís sin complacencia. Lo mismo le da venir en su tiempo aceptándolo todo, con los rigores que en su momento se debe cumplir, que se planta manos en jarras y chulesca, para decir nanay de la china, y hace su plena y santa voluntad. Ella es naturaleza viva, no manejada por manos humanas, solo divinas, y como tal, de su capa hace un sayo. Como mandan los cánones se presenta echa un basilisco y lo descompone todo o lo arregla todo. Es lo que hay. Nosotros, pobres mortales, que solo acertamos a poseer lo que nos vamos labrando día a día, bien o mal nos sometemos a sus reglas o caprichos. En estos días soleados los árboles despuntan sus yemas redondeadas, desafiantes mirnado al cielo. Los almendros renacen los primeros con sus delicados pétalos que infunden un placer el contemplarlos. Ya mismo los cerezos despuntan y llenan el paisaje de Torres y Castillo de forma idílica. Todo renace, todo se acelera para revivir su ciclo. Así es la vida. Lástima que los seres humanos no renazcamos de nuevo. Solo atesoramos una cosa: la experiencia e inteligencia, que por medio del periodismo y la literatura la donamos.

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