Una patata
en la antena

    15 oct 2020 / 18:23 H.
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    Aestas alturas ya sabemos que los móviles son máquinas de vigilancia masiva que sin consentimiento sonsacan nuestros datos, gustos y movimientos. Ayer quedé con mis amigas para desayunar. Ni siquiera saque el móvil del bolso pues durante la espera me distraje con la geometría del sol de otoño al caer por las ramas de un árbol hasta mi pan con aceite. Cuando llegaron, chocamos de forma disfuncional codos y hombros que ahora son muy útiles, y como solo tenían media hora, hablamos sin orden ni concierto por el gusto de hilvanar nuestras voces en la exuberancia del instante. Ya por la tarde, una de ellas me envió un artículo aparecido en su teléfono sobre la autofagia de las células; un tema al que yo había hecho referencia para explicar mi “cuerpazo” tras el verano. También un mensaje de voz asegurándome entre risas, que los móviles nos escuchan. Le respondí que lo único que se me ocurría para enfrentarme a estas sucursales de la KGB era usar mi cuerpo como ingeniería inversa. E igual que aquellos televisores con una patata en la punta de la antena, buscar la posición perfecta para que el universo entre en el salón. Así que cierro los ojos en silencio y comienzo a inhalar, a exhalar...

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