Una oración en la calle
La madrugada recorría sus últimos momentos sobre la ciudad que aparecía en calma, el tiempo se presentía sereno, en la calle aún paseaba el silencio descansando en los jardines. El anaranjado de los faroles derretía el colorido en las aceras, el sol dormía, la luna reinaba sobre el oscuro firmamento de nubes, estrellas y luceros.
La calle estaba sola, sin el tumulto de las horas que pasan con el ruido pegado a las pisadas. Hacía algo de frío, un frío agradable de octubre, ese que no se cala dentro, sólo viaja dejando sensaciones amables. Poco a poco, las palabras fueron despertando. Las pisadas se dejaban oír y los pasos se acercaban hacia el antiguo convento. Las puertas se abrieron, en el interior de la iglesia aguardaba la oración. Una imagen de la Virgen presidía el lugar, bellísimamente ataviada, sonreía ante la presencia de un pueblo que acudía a su llamada, convocado por su ternura. En sus brazos sostiene a Jesús, el de la cara de pillo, que parece querer saltar de los brazos de su madre para acurrucarse en aquel que quiera cogerlo para jugar un rato.
Unos instantes después, las andas exornadas donde la imagen aparece comenzaron a pasar la puerta que conduce al exterior. Una canción rompía el silencio en la calle casi vacía. Las velas se encendieron y comenzó el itinerario de las oraciones. Como una estela de luces, se iluminaban las calles, plazas y rincones de la ciudad antigua. Las oraciones volaban en la oscuridad de la noche callada, el ruido de la ciudad aún no había despertado del sueño, y aparecía sosegada. Pasaban recorriendo el camino desgranando las cuentas del salterio de rosas, que las reflexiones y las palabras iban dejando en lo más profundo de las almas. Las esquinas solitarias se dejaban calar de las oraciones y los pentagramas de las canciones parecían volar como una petalada de flores sobre la ciudad. Cuando llegó la aurora el cielo se despertó cambiando sus colores, el cortejo avanzaba, mientras, levemente las aves dejaban sus trinos en un ritmo suave y armónico. La mañana se llenaba de versos y la música sostenía el canto acompasado. Las velas se apagaron, y el melodioso tono con que vibran las oraciones rezadas en la calle.