Una novela del Oeste

24 jun 2021 / 10:46 H.
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Cuando yo era pequeño, las novelas del Oeste eran muy populares, incluso para los no lectores. Sucedía igual que con las novelas románticas, y fueron las que más repercusión proyectaron en el pueblo desde los años del hambre hasta incluso principios de los noventa. Hoy día ya no se leen, pero llegaron a ser muy populares. Quienes no vivieron aquella época no se imaginan cuánto, y en los últimos años se han comenzado a reeditar, supongo que en busca de algo del tirón de ventas de aquellas décadas. De los autores de entonces, el más conocido sin duda fue Marcial Lafuente Estefanía (1903-1984), que publicó miles de títulos, uno por semana. Militante de la CNT y represaliado tras la Guerra Civil, había viajado en su juventud por EE UU y conocía bien su geografía, cuidando mucho la verosimilitud histórica y botánica del Oeste norteamericano. Al parecer, para su narrativa utilizaba un atlas muy antiguo de Yanquilandia, donde aparecían los pueblos de la época de la conquista del Oeste, y una guía telefónica en la que encontraba los nombres de sus personajes... Los volúmenes no solían superar las 100 páginas y tomaban como modelo al teatro español del Siglo de Oro: protagonista, con la dama de la que se enamoraba, antagonista, la figura del donaire... Aquellas novelillas se vendían a duro —cinco pesetas— cada una pero, en realidad, se solía comprar un solo ejemplar que, tras ser leído, se devolvía al quiosquero para, por un precio inferior, conseguir otro. Digamos que se alquilaba... Lamentablemente se repetían los títulos y la oferta nunca era la mejor, pues a los devoradores —que llegaron a ser muchos— de este subgénero les costaba encontrar entregas novedosas. Las tiradas resultaban engañosas y, aunque eran muy amplias y baratas, una misma novela podía ser leída por decenas de personas, yendo de mano en mano. También me consta que se leyeron ávidamente en Hispanoamérica.

Como Estefanía hubo muchos, asimismo muy leídos. Todos poseían pseudónimos que parecían provenir de Arizona o Texas, en una época en que España se vanagloriaba de ser la “reserva espiritual de Occidente”. Los escritores, por otra parte, tenían nombres de lo más común, como José Moreno García, que firmaba como Joe Mogar; Juan Gallardo Muñoz, alias Curtis Garland o Donald Curtis; o Juan Mora Gutiérrez, en su caso, alias Ray Lester. España importó así el modelo del pulp a nuestro precario sistema, dando apariencia de modernidad, siempre en un marco de suma violencia, aunque los arquetipos humanos se presentaban como genuinamente hispánicos, y los personajes no podían ser más ibéricos, en sus comportamientos y decisiones...

Alguna vez he recordado una novelita del Oeste, precisamente de Ray Lester, titulada Indultado para matar (1976), y publicada en la colección Bisonte, serie Azul, de la mítica Bruguera. Luego se reeditó en los noventa. Ahora que se habla tanto de indultos me viene a la mente ese título de mi infancia, del que no recuerdo nada de su trama excepto que a un preso condenado a trabajos forzados se le concede esa gracia para realizar una tarea como pistolero. Si cumplía, quedaba libre de cargos. Y bueno, ¿qué mejor manera de concebir los indultos para los independentistas del procés que saber que a partir de este momento tendrán que portarse bien, sirviendo de paso como colchón para aplacar los ánimos de los exaltados de la vía unilateral?

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