Una de romanos

30 jul 2016 / 11:17 H.

Somos un país a tiempo parcial, una patria de temporada con gobiernos de ocasión. Tenemos la pátina europea, el título de pertenencia al club, pero cada vez somos más italianos en todo. Lo de Europa es la fachada, pero aquí trabajamos por la marca España, es decir, cada uno por lo suyo. Corrupción y desgobierno es la mejor receta para darle el punto justo de cocción a la pasta. La única opción viable es convertirnos en el mejor parque temático y que los euros que sobran en la fría Europa se dejen alegremente en nuestro mantel. La “dolce vita” a plazo fijo. El tenebroso dibujo lo pinta la EPA, esa Encuesta de Población Activa que es como la buenaventura, depende de quién te lea la mano te alegra el día o te echa una maldición. Las rayas, en cualquier caso, son las que son y el empleo que creamos es de días contados. Una auténtica maldición. Tenemos muchas virtudes como sociedad, el bueno de John Carlin nos las desgrana en sus artículos (el último en la revista “Jot Down”) y las compara con su querida, y odiada a la par, Albión, pero él tiene ventaja porque salta del continente cuando requiere orden y concierto. Nada como poner distancia para ver las cosas con otro acento. Aquí, gracias a Dios, tenemos claro que “España está llena de españoles” y, así, confiados en nuestra buena fortuna, dormimos a pierna suelta. Ajenos a este desgobierno, cazamos Pokemon como linces 3.0, en esto amenazamos con no tener competencia mundial. Mientras tanto, un Mariano Rajoy sin funciones, como si fuera el faro de Finisterre, nos alumbra, quieto, hierático en sus formas, con el mismo ademán, cruja el cielo con la tierra o esté la mar en calma. Marinero de luces.

Hartos de estar hartos, Guillermo Fernández Vara, el presidente extremeño, pone voz a la cansada tripulación y a una parte del PSOE hastiada del tacticismo de Pedro Sánchez o de una ambigüedad que parece contagiosa. De celebrarse unas terceras elecciones cobra fuerza moral el exilio en masa hasta el islote de Perejil o, quizá mejor, recluirlos a ellos hasta que, de una vez por todas, sean capaces de mirar más allá de sus narices.

De vuelta a la estadística en rojo, Jaén, a su vez, también está llena de jiennenses, pero cada vez menos. Nuestra tasa de paro supera el 35%, la segunda más alta de España, tan solo superada por Cádiz. Convendría ponernos de acuerdo en que nuestra economía está enferma y que el cuadro médico no cambia en décadas. Nuestra producción de emigrantes se mantiene alta y, al menos, cada vez mejor cualificados y valorados. Ahora que la Fundación del Español Urgente (Fundeu) me aclara que vendehúmos se escribe en una palabra y con tilde tengo más claro su adecuado uso.

Dada la única pujanza del sector Servicios podríamos pensar que solo camareros requiere el sistema, pero a fuerza de amargarles con la estadística de la semana habrá que reconocer la imperiosa necesidad de aumentar el cuerpo de inspectores de Hacienda en todos sus estamentos. Desde que en 2013 el sabueso Cristóbal Montoro pusiera al Catrastro a regularizar esas naves de aperos que se convierten en “chaleres”, la cosa funciona en alegre compadreo entre Hacienda Somos Cuatro y los ayuntamientos que reciben más ingresos en tiempos de arcas vacías. Solo en Jaén se detectaron 47.522 inmuebles con “el valor catastral falseado”, lo que aumenta la recaudación por el IBI de los ayuntamientos jiennenses en casi 32 millones de euros. Como dato refrescante, afloraron en cascada más de 3.800 piscinas. Y acto seguido, con una cerveza en la mano, nos preguntamos por qué el fraude no tiene coste electoral. “¿Capito o non capito?