Una “Blonde” descarnada

22 oct 2022 / 16:00 H.
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Los fotogramas de Blonde tienen una especial cualidad que los adscribe a esa realidad que no fue pero que nos llena como si, en verdad, hubiera sucedido. Sabemos que no es un biopic al uso, que no es la biografía de la actriz que tantos sueños pobló, que solo es un ejercicio cinematográfico sobre una novela, pero a pesar de todo ello, nos electriza hasta provocarnos el dolor de imaginar que, salvando ciertas distancias, la probabilidad real de que esa pléyade de desolados planos construyese la triste realidad de Marilyn y la retorcieran en mitad de esa neurosis edificada ya desde la cuna.

La pantalla nos la devuelve en la exquisita metamorfosis conseguida por Ana de Armas quien, en ocasiones, es prácticamente indistinguible del mito. Y no solo por la apariencia física sino por ciertos gestos, por esa mirada que a Marilyn la hizo ascender en el imaginario universal y que podemos encontrar en cada escena. La alegría de un contrato se ve traspasada por una atroz violación por parte del jefe del Estudio. Ese rumor, o realidad contrastada, de que para alcanzar el estrellato se debía ceder a ciertas insinuaciones sexuales no sorprende, aunque conmueve, cuando se escucha en algún medio, pero cuando la imagen te devuelve la fragilidad de Marilyn/Ana, entonces la pantalla se rompe en mil pedazos y cada uno de ellos se clava en nuestros ojos mientras la realidad nos alcanza. También es otro rumor muy extendido la relación de la estrella con los Kennedy. Y la plasmación en imágenes de uno de esos encuentros, nada menos que con JFK, nos lo presenta obscenamente, de nuevo, en la mirada de Marilyn/Ana.

La conversación con Arthur Miller en la que la actriz demuestra sus conocimientos literarios y su amor por la lectura es la llave que nos abre el intrincado camino que llevó al escritor a ser su pareja. Ella abominaba de la frívola estampa que las películas proyectaban y siempre soñó con el teatro, con Chejov, con el verdadero arte de la interpretación. Un arte que Ana de Armas ha administrado de forma absolutamente magistral y que, esperemos, le sea recompensado por la Academia.

Norma Jeane quizá nunca fue Marilyn, aunque Marilyn era una Norma Jeane apresada por el brillo opaco de una fama que le resultó demasiado costosa. Quizá ese juego de formatos, de color y blanco y negro, de planos subjetivos, de animaciones no es sino una forma de retratar por parte del director, Andrew Dominik, el poliédrico devenir de la actriz en su trayectoria vital. El delirio técnico puede —y hace— mella en el espectador y lo conduce a compartir el desquiciado camino por el que Marilyn/Ana circula en el metraje sin darnos la posibilidad de respirar. Blonde nos abruma y nos hace partícipes del dolor, de la sonrisa fascinante que escondía, quizá, ese ámbito autodestructivo que llegaría a imponerse ¿o no? mientras la deslumbrante pantalla nos devolvía títulos como Con faldas y a lo loco, La tentación vive arriba, Los caballeros las prefieren rubias o Niágara. Tras las luces y la fama, Blonde nos deja ver a una mártir. Estamos ante una oscura mirada hacia el mito, hacia la mujer ultrajada por el sistema. Marilyn, muy a su pesar, era el objeto sexual por antonomasia que ella misma denunció.

Ana brilla en el espíritu de una Marilyn que siempre nos pertenecerá. Norma Jeane también.

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