Un regreso al corazón

    05 jun 2019 / 08:48 H.

    Cuando salí de la Facultad no recordaba nada de lo aprendido. Aprobé, pero apenas quedó rastro en mi memoria porque no había emoción, solo la presión de los exámenes. Y, claro, la presión es registrada por el cerebro como un trauma que debe ser olvidado cuanto antes. Sin embargo, recuerdo con exactitud una oración con la que mi padre me despertaba antes de salir hacia el trabajo, estampando en mi mejilla un sonoro beso con olor a Barón Dandy que insultaba mi olfato durmiente: “Te rogamos, Señor, que nuestras acciones las prevengas con tu inspiración y las ayudes a proseguir para que nuestras obras y oraciones por ti tengan su principio y en ti tengan su fin... Vamos, contesta”, me decía él. “Amén”, respondía yo con soñolienta voz. Somos efímeros depositarios de los saberes que nos rozan el corazón. Eduardo Galeano comienza su Libro de los abrazos (escrito en forma de breves fábulas que dan voz a personas no escuchadas) exponiendo que la palabra recordar viene del latín re-cordis —volver al corazón—. Quizá eso esté haciendo yo aquí después de volver a recorrer, una a una, las habitaciones vacías de la casa de mis padres en Úbeda. Ahora solo contienen recuerdos, retales de toda una vida.