Un mal humanitario
Volvemos a recurrir, como siempre, a los eufemismos hipócritas y falaces que enmascaran las distintas atrocidades que cualquier guerra conlleva, cada vez son más retorcidos y abstractos, más indignos e indignantes si cabe. La persuasión más perversa se despliega con absoluta desfachatez ante nuestros ojos cansados y escarmentados de tanta ignominia. El potencial del ser humano para urdir una guerra es directamente proporcional a su impotencia para evitarla, y en consecuencia, ante este fracaso, se instrumentan elementos disuasorios y edulcorantes para ocultar, solapar, nuestras maldades nunca desterradas, nunca colapsadas. ¿Qué puede significar una pausa humanitaria, un corredor humanitario, después de y ante tanta muerte de inocentes?, ¿quién pudo acuñar el denigrante término de daños colaterales para justificar o mitigar una maldad supuestamente necesaria?, ¿cómo se puede hablar de guerras frías si tenemos todos los miedos calientes y latentes? No nos engañemos, no recurramos a la fatalidad ineludible como causa de las desgracias, no miremos para otro lado, estos presuntos satanes que las procuran no surgen por generación espontánea, los nutrimos y exhortamos en y desde el seno de nuestras sociedades tan humanitarias.