Un “far west” andujareño

    27 jun 2021 / 13:27 H.
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    Qué sería de un western sin sus indios, el séptimo de Caballería, bandidos asaltabancos, sheriffs intrépidos, gentes del saloon, familias de colonos y, claro está, praderas repletas de bisontes? ¡Quién nos iba a decir que íbamos a toparnos con ellos con solo pisar el acelerador! Y no en un zoológico o en un parque del oeste de cartón piedra. El “far west” está aquí, en mitad de la Sierra de Andújar. Pero introducir una especie extraña en un ecosistema no siempre es buena idea a pesar de las iniciales buenas intenciones. No sé hasta qué punto son comparables, pero recordemos casos como el mejillón cebra, el mosquito tigre, el siluro, algunas cotorras o el visón americano. El bisonte, en principio, es un proyecto de conservación de la especie aunando la gestión natural del espacio integrando dicha conservación con usos sostenibles como el ecoturismo o la caza. Su status legal es aún complicado, ya que no hay legislación para que puedan ser considerados como fauna salvaje en libertad. El poder observar a esta especie en una cercanía que se nos antoja extraña no debe impedir que se estudie adecuadamente todo aquello que lleve consigo su expansión en nuestro medio. Se trata, no lo olvidemos, de una especie exótica en un ecosistema mediterráneo en el que jamás se han documentado registros históricos de su presencia. Y eso que todos pensábamos que las pinturas de Altamira eran bisontes. Pues no. Eran otra especie distinta que lleva extinta miles de años. Los científicos advierten de que los bisontes, los mamíferos terrestres más grandes de Europa, pueden afectar a las madrigueras de conejos, que son el alimento principal del lince, aun no recuperado del todo, e incluso se han dado ya casos de grave impacto en ciervos. Intentar convertir al bisonte en especie silvestre en un lugar que el animal no fue capaz de colonizar de forma natural no parece una propuesta sensata según otros estudiosos. De hecho, desde que empezaron a expandirse los bisontes por Europa hace muchos siglos, nunca llegaron hasta el Mediterráneo. Por otro lado, están los defensores de su introducción apelando al turismo, la caza de conservación y el aprovechamiento de la carne sin olvidar que podría ayudar a deforestar terrenos abandonados y así prevenir incendios. Mientras la comunidad científica debate los pros y los contras, nuestro recuerdo, ya con el calendario canoso a la espalda, vuelve al oeste de las matinées de pipas y salto en la butaca mientras los bisontes se acercaban en aquellas pantallas infantiles. O regresamos a una noche de dos rombos cuando veíamos de tapadillo “Los invasores”, otra especie que, salvando las distancias, nos envolvía con su presencia.

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