Un día cualquiera
Todo lo que acontece en la vida de las personas tiene una fecha. Es más, a los humanos nos gusta ponerle fecha a todo, a los proyectos, a las citas, a las fiestas, a los viajes... Luego resulta que los acontecimientos más notables, los sucesos más determinantes y definitivos, los que marcan el alma, ocurren en un día cualquiera, cuando menos se espera. Y la pérdida de un ser querido, un familiar o un amigo suele ocurrir precisamente cuando menos se espera en un día cualquiera, como el pasado día 2 de este mes recién comenzado de febrero, en que se fue para siempre un buen amigo mío como fue Pedro Huesa Sabatel, un hombre con quien tuve afinidad en varias vivencias de nuestras vidas. Pedro Huesa ha fallecido sólo unos días después de cumplir los 84 años. Nos conocimos hace años y me sorprendió que él, de niño, había asistido a la escuela de Guillermo Llera, la misma escuela y el mismo entrañable maestro que tuve yo cuando di mis primeros pasos en la enseñanza. Nos gustaba hablar de aquel maestro ejemplar que tantas generaciones educó y preparó para empezar el camino por la vida.
También estaba muy orgulloso Pedro de que el desaparecido maestro Antonio Manzano le hubiera compuesto y dedicado un pasodoble, un detalle del maestro Manzano que yo también agradezco porque a mí me dedicó el pasodoble titulado “La brisa de la Alameda”, que tan a menudo me gusta escuchar en la intimidad de mi estudio. Una generosidad que nunca le pude agradecer personalmente.
Pero, de lo que más satisfecho y orgulloso estuvo siempre Pedro fue de que su padre, Pedro Huesa Pérez, creara, a finales de los años 20 del siglo pasado, el Cuerpo de Bomberos de Jaén, del que fue su primer jefe. A Pedro le encantaba conversar con los amigos, aunque su apariencia de hombre moderado, comedido, le hacía parecer una persona muy reservada. Fue profesor de taquigrafía en la Escuela de Turismo, trabajó en los Institutos de Formación Profesional y prestó servicios en varias ciudades, siendo en Linares donde se jubiló en 2001. Su gran pasión era la música y sentía un gran orgullo por haber participado en el homenaje que Granada rindió al inolvidable maestro Emilio Cebrián de cuyo hermano, Francisco, fue un gran amigo. Pedro nos ha dejado en un día cualquiera de este recién comenzado frío mes de febrero. A mí me dejó un cálido recuerdo que nunca olvidaré.