Un deber de justicia
Nunca he entendido bien que el boxeo sea un deporte, no por nada sino porque su fin es la violencia. Ahí tenemos al señor Topuria, un fenómeno en lo suyo, qué duda cabe, pero demasiada violencia. Alguien me comentaba hace poco que es antibelicista; yo le dije que los militares también lo son, porque nadie hay más antibelicista que un militar, que se forma y se perfecciona en la violencia para prevenir, con su amenaza, la de los potenciales enemigos. Esa es la verdadera vocación de la violencia moralmente admisible, mostrar sus capacidades para disuadir, advirtiendo con ello del ejercicio de la legítima defensa. En mi opinión, la potencia de una nación se mide por sus ejércitos, por su número de efectivos y por su armamento. Los ejércitos dan estabilidad a una nación; representan y son el paladín de la patria; son capaces de dar la vida por sus conciudadanos; ninguna profesión puede por ello ser más excelsa. Nuestro plato de comida al medio día y nuestra cama por la noche los debemos a la patria y, en última instancia, a la existencia de nuestros ejércitos, los del pasado y los del presente. Toda admiración, todo reconocimiento, todo afán de milicia no es sino un deber de justicia.