Un cuento
chino

    31 mar 2020 / 16:35 H.
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    Tengo edad suficiente para haber vivido experiencias de todo tipo. Algunas maravillosas como el amor, la maternidad o esa satisfacción arcana que proporciona un buen libro; otras nefastas, como la pérdida de un ser querido. He conocido personas que te dan la vida y otras que te la complican. Pero nunca imaginé vivir esta realidad distópica, “orwelliana”, de encierro y distanciamiento por miedo a la muerte, propia o ajena. Jamás me agradó esa literatura, me sonaba a cuento chino; nunca mejor dicho. Me va más el misterio al uso: algún loco, un asesino... Pero es lo que toca. He vivido tan “hacia afuera” que siempre ansié la sencilla paz del hogar: escribir, leer, cocinar, hacer yoga, regocijarme en el recogimiento... Después de todo, en la simplicidad está la auténtica felicidad. Y lo llevo bien, salvo por ese soponcio que me da cuando quiero dormir y el insomnio no me deja. Así que, con el ánimo de contribuir a la causa de vencer al virus coronado, me quedo en casa, cuido de los míos, desinfecto sin freno, miro con estupor mis canas y, resignada, vuelvo a mis letras con la certeza de que, parafraseando a Alejandro Dumas, la sabiduría humana se resume en dos conceptos, tener esperanza y esperar.

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