Un clavo ardiendo

    04 oct 2023 / 09:30 H.
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    Cuentan los mitos, relatos que narran hazañas de héroes y dioses, que, cuando el titán Prometeo, amigo de los mortales, desafió a los dioses robándoles el fuego y entregándolo a los hombres, Zeus, encolerizado, decidió vengarse. Hizo modelar en barro a una mujer muy hermosa, Pandora, portadora de un ánfora repleta de regalos de los dioses. Prometeo, desconfiado, advirtió que no debían aceptarlos, pero su hermano Epimeteo, apabullado por la belleza de la doncella, tomó el engañoso don. Pandora abrió el ánfora y salieron de ella todo tipo de desgracias, pestes y enfermedades diseminándose por el mundo. Y, aunque el infeliz se apresuró a cerrarla, ya era tarde. Lo único que no salió fue la esperanza, que quedó atrapada en su interior para siempre. Será por eso que, cuando todo parece estar perdido, algo muy dentro de nosotros nos hace aferrarnos a ella, nos agarramos a un clavo ardiendo y sacamos fuerzas de flaqueza hasta vislumbrar un jirón de luz entre las nubes. La esperanza es lo último que se pierde, siempre está ahí, en lo más profundo del alma, como en el ánfora de Pandora. Quizá no salió nunca para no perderse y permitir a los hombres luchar por sus sueños, por sus valores. Ese clavo que puede cambiarlo todo. Como siempre, como ahora.

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