Un acto de soberbia

29 sep 2022 / 15:58 H.
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Que el difunto organice su propio funeral no es nuevo ni único en la historia, pero sí dice mucho de sí mismo. Perpetuarse y transcender más allá de la vida, tampoco lo es, y que la inmortalidad ha sido, es y será un anhelo humano está claro. De ahí toda la apoyatura económica a la ciencia para lograr vivir más y mejor, y si es posible alcanzar la inmortalidad. Todo esto es normal, todos podemos dejar organizado nuestro funeral, pero sólo una mínima parte de la humanidad puede implicar a tantos mandatarios, tantos poderes económicos, tantas cabezas coronadas ni por supuesto puede morir siendo jefa de un Imperio (venido a menos), y de una Iglesia como es la anglicana. Los dos poderes el Civil y el Eclesiástico, dan para mucho. “El Imperio hasta la muerte”. Eso es ser inglés, o inglesa como es el caso. La Reina Victoria en 1901 diseñó y puso en funcionamiento este protocolo que ahora, mas de cien años después, ha seguido su sucesora al pié de la letra, salvo algunos añadidos dignos de relatar. Dicen que el diseño fue argumentado con un “al pueblo hay que darle espectáculo”, dijo. Ese magno y excesivo Funeral de Estado, procesionaba el cuerpo de Isabel II sobre un armón militar, en el que reposaban los atributos de la realeza, la Corona, el Orbe y el Cetro Imperial, ha congregado a más representantes del poder terrenal en nuestro planeta que casi nunca en la historia. Es inevitable buscar similitudes con acontecimientos parecidos y no se, a algunos nos suenan a algo parecido a los factos faraónicos en el antiguo Egipto: allí pirámides como recintos mortuorios y aquí Abadías y mausoleos Reales, allá desfiles de vasallos huérfanos de su Dios, acá miles de ciudadanos y militares despidiendo a su soberana, cuyo poder, como el de todas las monarquías hereditarias, pertenece más a designios divinos que a decisiones democráticas contrastadas. En ambos casos con una sensación común de orfandad de los ciudadanos. Isabel II ha sido una Emperatriz irrepetible y su fallecimiento parece el final de un mundo caducado. Es además la cabeza de la Iglesia anglicana. Se ha producido la exhibición ante el mundo del solapamiento de Iglesia y Estado como detentadores del absolutismo monárquico. Un solo Rey (Reina), un solo Imperio, un solo Dios. Creo que sería una equivocación resumir estos diez días de funeral, en esa simbología brillante de reyes y mandatarios mundiales, y reducirlo a un espectáculo de cartón piedra servido por el omnipotente medio televisivo, prensa y redes sociales. Porque el Reino Unido no es sólo ese país mítico y legendario que nos brindan ahora como espectáculo, sino que ha sido y es el gran exponente de la modernidad histórica en occidente, como fueron la revolución industrial, las grandes utopías sociales o la cuna de la democracia actual, esos parteaguas históricos que ensancharon el mundo y aceleraron nuestra percepción del progreso tal y como ahora lo conocemos. Es un gran país, moderno y tradicional donde una vez desaparecidas las brumas fastuosas de estos funerales, ha de encarar los problemas con un nuevo monarca y una nueva primera ministra (ninguno elegido en las urnas). Terminada la ensoñación, la tregua social ha llegado a su fin y todo indica que será sustituida por el descontento: El Brexit, la inflación, la desigualdad, el descontrol financiero, la inmigración, ojalá el Reino Unido vuelva a ser el faro que alumbre las tendencias del nuevo mundo que se nos viene, y aporte claridad en esta época de incertidumbre. ¡Dios Salve a la Reina!

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