Tristes guerras

    16 mar 2022 / 16:46 H.
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    Cuando en el pasado mes de octubre se le concedió el Premio Princesa de Asturias de la Concordia a la oenegé World Central Kitchen, quedé admirada con el discurso de su fundador, el chef asturiano José Andrés: “Los seres humanos no quieren limosna sino la dignidad que otorga un plato de comida caliente porque el mundo necesita mesas largas que unan y no muros altos que separen”. ¿Cómo recuperar la dignidad de los ucranianos que reviven aquel Holodomor de 1932 cuando la hambruna también los devastó? La dignidad de seres que abandonan sus hogares con maletas huérfanas arrastradas por el miedo, de padres que libran su peor batalla en los andenes al decir adiós, muriendo en ese mismo instante, de ese niño de once años que recorre solo más de mil kilómetros en un tren con una bolsa de plástico y un teléfono anotado en su inocente mano por una madre destrozada, de niños aferrados a sus peluches como si de un escudo se tratara o de quienes calman su sed con el agua de la nieve derretida en los tejados. Y mientras la muerte invade el territorio de la vida, otros, en salones con moqueta y mesa lacada, no detienen la barbarie y la verdad es una víctima más. Tristes guerras, tristes armas

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