Torra y la burguesía catalana

09 nov 2019 / 11:07 H.
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Bajo palio político estelado, emulando a los césares y dictadores de la historia, camina Torra, el vicario político del fugado Puigdemont, exhibiendo su fanatismo totalitario cortando autovías. Arde Barcelona y él —en sentido figurado— se asoma al balcón del palacio de la Generalitat para disfrutar del espectáculo majestuoso y destructivo del fuego, originado por la acción inquisitorial de la turba independentista perteneciente a los CDR (Comités de Defensa de la República), que con preparación paramilitar y nocturnidad colocan barricadas en sitios estratégicos de la Ciudad Condal, destrozando así sus bellísimas calles, plazas y avenidas. Ahora, el inefable Torra acusa a los propios “mossos de escuadra” de ser responsables de la ignición y anuncia que se depurarán responsabilidades a través de los correspondientes expedientes disciplinarios; pero, no sólo omite pronunciarse sobre las acciones de esos vándalos nocturnos encapuchados, sino que se disfraza de un Torquemada incendiario, diciéndoles que hay que apretar más. El presidente Torra ha conseguido, lamentablemente, colocar en la Historia a la ciudad de Barcelona al mismo nivel de la Roma de Nerón, aunque sin lira. Otro excelente guion para los oscarizados: Garci, Amenábar, Almodóvar... Y es que el mundo es de cine y, durante una semana, Barcelona se ha travestido por la noche en un filme de “cine de terror”. A este personaje, parecido al Joker peliculero, líder de los insurrectos, que jamás pasará a la historia por su buen hacer como gobernante, hay que pararle los pies aplicándole las leyes constitucionales. Mas, en este momento tan preocupante deben de ser el propio pueblo de Cataluña quien tome la iniciativa para finiquitar ese excluyente y falaz debate identitario.

Escribía el escritor George Orwell en su libro “Notas sobre el nacionalismo”: “El nacionalismo es hambre de poder (fundamentalmente económico, añado yo) alimentado por el autoengaño”. También, el historiador Santos Juliá (recientemente fallecido) respondía en una entrevista: “En Cataluña ha habido una quiebra de las pertenencias compartidas entre lo catalán y lo español”. Es obvio, que la mayor responsabilidad de la situación actual la tiene una parte importante de la burguesía catalana (comercial e industrial), que desde su cómodo palco de butacas lleva años introduciendo esa aspiración secesionista dentro de los distintos sectores socioeconómicos y universitarios, utilizando como eslogan su tarareado estribillo “España nos roba”, representa la mayor mentira que jamás se haya podido oír, pero que con paciencia ha calado también entre los catalanes radicales antisistema. No obstante, como antídoto terapéutico prefiero escuchar a un andaluz de pro porque sus canciones irradian verdad; el inmortal cantautor granaino Carlos Cano trova en su canción “Salustiano” la historia de un inmigrante andaluz de los años sesenta que se fue a Alemania a trabajar —insto en este momento a la históricamente privilegiada burguesía catalana a analizar la única causa del “éxodo andaluz “a Cataluña en la época franquista—. Hay una estrofa de esa canción en el que Salustiano dice: “Yo no creo que el sombrero les toque en la tómbola/ a esos gachós trajeados que viven de na/ Que lo roban, lo roban, con cuatro palabritas finas lo roban”. Que se apliquen el cuento y escuchen el sabio mensaje de la copla de Carlos Cano, si lo entienden.

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