Toque de “pena”

    01 nov 2020 / 17:21 H.
    Ver comentarios

    El calendario nos deja plantados estos días frente al recuerdo de quienes nos dejaron. Huele a flores recién preparadas, a conversación escondida en ese rincón del alma que atesora nostalgias de días compartidos, de ausencias añoradas, de dolores atenuados por el tiempo, pero nunca apartados del cónclave diario de neuronas vigilantes. La pena de la pérdida tiene ahora apellidos dispares aunque muchos de ellos se unen a nombres como “pandemia”, “confinamiento”, “contagio “o “coronavirus”. Esos apellidos nos alejan de poder compartir esa pena, acercarnos a quien la siente con nosotros, apoyar nuestra cabeza en el hombro adecuado, enjugar las lágrimas del otro, rozar su mejilla con un beso endulzado por el recuerdo o, simplemente, homenajear a quien nos dijo adiós subido a la montaña rusa de la covid19. Vivimos un toque “de pena” que nos atenaza no ya el futuro sino el presente y, además, nos impide mirar con emoción al pasado si ello conlleva el más mínimo de los contactos. Un toque que no solo tiene tintes personales sino —y casi especialmente— sociales. Cuando todo parece oscuro desearíamos que a nuestro alrededor florecieran soluciones, amparos, pizcas de alegría en mitad del mar de desazón en que nos movemos. Pero no. Otra pena nos inunda cuando nos disponemos ingenuamente a enfrentarnos con cualquier noticiario, con este o aquel periódico que nos informa de qué y quiénes nos guían. Nos rodea una clase política que nos avergüenza a poco que escudriñemos sus acciones. En mitad de esta pandemia nos ilustran con todo tipo de vendettas, propuestas y dardos que, si bien son perfectamente legítimas, quizá deberían aparcarse y encaminar juntos todos los esfuerzos necesarios para salir de este túnel vírico en el que vivimos. Pena nos da conectar un segundo con el Congreso de los Diputados y escuchar. Pena nos da abrir los Boletines Oficiales y leer. Pena nos dan esos argumentarios que circulan por los mentideros políticos dando carta de validez a dislates varios. Y pena, mezclada con rabia e impotencia, nos dan los inconscientes compatriotas que hacen caso omiso de las recomendaciones sanitarias poniéndonos a todos en peligro con su insensata actuación. Pena nos da el malintencionado juego de cifras con el que se nos escamotean personas que se fueron. Pena nos da la maligna y desastrosa gestión de tantas Residencias de Mayores en las que, como un río incesante, se van apagando sin remisión vidas que aspiraban a tener unos últimos años tranquilos y cuidados. La pena nos inunda, pero no debería cercenar nuestras aspiraciones de conseguir otros horizontes. La pena puede ser un impulso, un revulsivo. La pena, quizá, también puede ser un “alimento” que nos ayudará a mejorar el futuro.

    Articulistas