Tono guerracivilista

08 dic 2020 / 16:13 H.
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Un tono guerracivilista así no puede pasar inadvertido. Está claro que a ese tono no le corresponde una actitud melíflua por parte de la sociedad que se siente amenazada; semejante ideología hostil no se combate con una respuesta vaga o complaciente. Las instituciones deberían frenar el avance de amenazas veladas que a todos sobrecogen por la prepotencia militar con la que se pronuncian. Estamos obligados a repensar el concepto bélico de antaño y darle el sentido que un propósito de desarme dialéctico requiere. Reivindico un Congreso en paz, una filosofía política alejada de expresiones de destrucción masiva que emplean aquellos dirigentes que promueven un juego infantil basado en un “dominio militar absoluto”. La sumisión a las reglas de juego de un poderío militar ilimitado es el camino perfecto para vivir en las antípodas de lo que plantea el hecho de tener que vivir de un modo que no representa sino la inversión de los valores humanos civilizados. Intimida el nuevo “cliché militar” que expande por doquier la tensión entre partidos que cuando a ellos le apetezca y quieran podrán hacer desaparecer cualquier vestigio democrático sobre la piel de toro. Aumenta el placer de la lectura serena al enterarme de que distintos medios de comunicación anuncian la llegada de un estilo apocalíptico de vivir que no tiene rastro alguno de verosimilitud. Revelación pobre de espíritu es la que desvela la apasionada convicción de líderes patrios que nos retan a que nos refugiemos en nosotros mismos so pena de borrar de nuestro rostro el brillo de una sonrisa inteligente. Sinuoso se vuelve el camino sobre el que suenan rotundas las pisadas de legiones dispuestas a arrasarlo todo. Asquea lo nocivo de su rancia marcialidad. ¿Carrera hacia el abismo o renovar acuerdos estratégicos que están a punto de desmoronarse? El ser o no ser de Hamlet podría utilizarse hoy como la síntesis del proceso mental endiosado que deben estar sufriendo los militantes más pretenciosos del país, que más dignamente podrían optar por mostrar un alma noble antes que sufrir el rigor de sus “delirios militares”. Me rebelo contra ese mar de desdichas y quebrantos que nos inquietan, porque afrontándolos, puede que desaparezcan. Prefiero dormir a morir y no despertar más nunca. Cuando del mundo no percibamos ni un solo rumor: ¿Qué sueños malignos vendrán con ese sueño de la muerte prematura? ¿Quién querría
sufrir en este tiempo, el “azote militar” del osado, no queramos ir a buscar los males que ignoramos, porque... quién no ansiaría dormir y tal vez soñar con el temperamento pacífico y alegre de las personas sensatas? Esa es la cuestión y no la que perturba la voluntad que la paz logra en justicia. Ser o no ser, he ahí el dilema ¿Qué es mejor para el alma sufrir insultos o levantarse contra el océano del mal, y oponerse a él hasta que así cese? ¡Debemos soñar acaso, hasta que despojados de ataduras mortales, hallemos la clave de una paz duradera! Que el natural color de ese pronunciamiento no se desvanezca en lúgubres sombras de un pensamiento al que no le hubiera importado olvidar aquello que no le importaba ignorar, ni juzgar con dureza a quienes pisotean los más sólidos principios éticos y se prodigan en ataques a una humanidad que inspira una triste incapacidad para evadirse de los males que la atosigan.

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