Tolerancia al error

    01 nov 2021 / 16:25 H.
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    La semana pasada tuve oportunidad de asistir a la entrega de los premios, que la asociación de jóvenes empresarios de Jaén hacía a las empresas que a nivel provincial destacaban por su iniciativa emprendedora y por tu trayectoria empresarial durante el último ejercicio, así como a los más jóvenes que en una categoría especial este año, trataba de reconocer a los chicos y chicas de diferentes centros formativos, y que optaban a un reconocimiento vinculado a un modelo sostenible y eficiente de empresa por ellos y por sus tutores dimensionado. Resulta, que lo que fue una jornada de disfrute, porque hablar de empresa y de emprendimiento en nuestra provincia es un disfrute, se convirtió en un momento para reflexionar en tormo a lo que significa la situación que muchas empresas en nuestra provincia tienen, al amparo de su necesidad de crecer con una cultura de lean startup, es decir, la posibilidad de fracasar con relativa frecuencia y hacerlo de forma rápida y barata, buscando modelos de negocio escalables, y que moviéndose en un contexto de incertidumbre y alejados de los negocios tradicionales, puedan convertirse en un medio de vida.

    Esta reflexión, que fluía fértil al tiempo que apreciaba la excelente puesta en escena de dos de los mejores comunicadores que nuestra tierra nos ha dado; Olivia Aranda y Javier Altarejos, me situaba en la una realidad que afecta a un gran número de empresas en nuestra provincia y que, por tanto, nos las pone en la parrilla de salida de organizaciones modelo, para los que en edad púber deciden hacer y pensar como empresarios. Me refiero a la tolerancia al error, que en muchas de las organizaciones hoy en día, es muy mal gestionada. ¿Debe una empresa que es madura en un mercado, medirse con las mismas variables que otra que acaba de nacer? ¿Son perdonables los mismos errores en una empresa de reciente creación que en otra que lleva años aportando soluciones al mercado?

    Las respuestas tienen que ver con el tipo de errores que se comenten, y es en este sentido en el que encuentro “vías de agua” entre lo que se le dice a los más jóvenes que deben evitar y lo que realmente los empresarios maduros llevan a cabo. Los más jóvenes, al amparo de su necesidad por experimentar, cometen errores que en cierto modo son errores inteligentes, pues son “buenos” porque nos proveen de información y conocimiento valioso, al tiempo que procuran crecimiento, ya que, prueba y error es el lema de quienes investigan e innovan.

    Otras veces, se cometen errores como consecuencia de la incierta combinación de personas, necesidades o problemas, es decir, nos enfrentamos a situaciones que no han ocurrido antes y por ello no son realmente errores “malos”. Sin embargo, las empresas consolidadas son las que siguen cometiendo errores evitables en situaciones previsibles, y la razón de ser no es otra que la de que generalmente la razón del fallo viene determinada por la falta de atención o por la carencia de habilidades de los profesionales de la empresa. Analizar los fallos en una empresa exige investigación y en la mayoría de los casos, el análisis de los fracasos es limitado por incómodo por y para quien le toca descubrirlos.

    Es necesario que las empresas más maduras no se cobijen en la indulgencia que comportan los errores propios de los noveles, así como tampoco es buena conducta el hecho de que los que afrontan un nuevo desafío en el mercado, no consideren que la tolerancia al error es fundamental para que la empresa y sus integrantes aprendan y se desarrollen. Entiendo, para los más jóvenes como para los más veteranos, que en las empresas tenemos miedo a los errores porque los asociamos con la incompetencia, De hecho, pensamos que el éxito viene de la mano de los expertos, no de los aprendices. En estos premios de Aje, he podido apreciar talento entre nuestros jóvenes y poca tolerancia al error entre los más veteranos, La pregunta que me surge es: y ahora... ¿quién enseña a quién?

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