Todo pasa, todo llega

    31 jul 2020 / 10:08 H.
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    Estoy dudando en sacar mi columna del apartado de “artículos de opinión” y englobarla en una nueva sección que se podría titular “artículos de jubilación”. Hace un mes justo que mi madre con sus 88 años fue noticia en varios medios por su jubilación, y justo un mes después, el arriba firmante le ha seguido sus pasos. No ha sido exactamente así, ya que hoy será el comienzo de otras historias que tenía en el congelador esperando el momento de tener tiempo para reactivarlas. Lo cierto es que hoy dejo mi empresa después de 34 años. No quiero que esto parezca propaganda encubierta, ya que en los años que llevo escribiendo en mi JAÉN, nunca he sacado el nombre de mi empresa, ni he tocado ningún tema relacionado con el oficio con el que me gano las habichuelas, ya que de lo que me gusta hablar fuera del trabajo es de mi tierra, sus tradiciones, historias, chascarrillos y demás, pero hoy me voy a tomar la licencia y voy a hablar de MAPFRE, no solo por ser el lugar donde he sido feliz y he pasado más de la mitad de mi vida, sino por la fuerte ligazón que tiene con nuestra provincia. Nació de la creación de la Agrupación de Propietarios de Fincas Rústicas (APFR) en 1931, de la que posteriormente surgió MAPFRE en 1933. Seguro que está escrito en algún sitio, pero no he conseguido encontrar el dato que me dio en su día uno de los fundadores de esa pequeña agrupación de agricultores que con los años se ha convertido en referente en el sector asegurador. Pongámonos en situación: 1987, mañana fría y nublosa de un mes de noviembre atípico en las instalaciones del Antiguo Rancho Criollo, a 28 km de Madrid. Un nutrido grupo de jóvenes procedentes de varias compañías aseguradoras, nos disponíamos a realizar un examen que exigía el Ministerio de Economía y Hacienda para poder ejercer nuestra profesión. Nos encontrábamos refugiados de las inclemencias del tiempo bajo un cobertizo una hora antes de que comenzara la prueba. Fuera de la zona de confort se encontraba una persona mayor, dando vueltas con las manos en los bolsillos tratando de mitigar el frío. Lo llamé: ¡Jefe, venga a sentarse aquí que le va a dar algo! Le dejamos un pequeño hueco en el banco corrido en el que nos encontrábamos y nos comenzó a preguntar que de donde veníamos y demás. Pues nada, estirando cuello, cada uno adornaba su puesto de trabajo de la manera que mejor podía. Me da con el codo y me dice, ¿y tú en Jaén de que estás? “Pues nada, soy responsable de peritos de Jaén” (en Jaén estábamos dos peritos igual de irresponsables).

    Yo con mis pocas luces, sin percatarme del personaje que tenía delante le pregunto, ¿y usted donde trabaja?; “yo también en MAPFRE, soy el vicepresidente del consejo de administración”. Respuesta: “pues tampoco es malo el curro que tiene”.

    Este señor, repito Señor con mayúsculas, era el Duque de Santa Cristina, Marqués de Molina, Grande de España, General del ejército y no sé cuántas cosas más. En una hora me puso al tanto de la empresa en la que estaba, contándome que las primeras reuniones entre los propietario que conformaron la empresa se hicieron en Mancha Real, sí, aquí en nuestra tierra; relatándonos historias familiares y de la empresa todas ellas con fuerte presencia de Jaén, dejándonos a todos boquiabiertos. Al salir, se acercó para saludarme y desearme buena suerte, montándose acto seguido en un cochazo con chófer vestido impecablemente de librea. Me di cuenta de la importancia de Jaén en la historia de la empresa a la que me había unido hacía escasos meses, ya que mi compañero José Luis y yo fuimos los primeros empleados de MAPFRE en la provincia de Jaén. Nuestra provincia marca en MAPFRE un principio y un fin, ya que fue la última en pertenecer a MAPFRE España, ya que hasta enero de 1987 la cartera era propiedad de Pedro González Fernández, habiéndole tenido esa deferencia en correspondencia a su impecable gestión. Mis dos patrias son Jaén y MAPFRE y de las dos me siento igualmente orgulloso. Firmado: Ignacio el de Mapfre.

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