Tintas de Navidad
Confieso que me gusta la Navidad. A pesar de ser una época en la que prima el consumo y la alegría impostada que tanto me irrita, a pesar de que esos deseos de bondad y felicidad parecen olvidarse al comenzar el Año Nuevo y se convierten en una especie de coartada para ejercitar un pretendido altruismo para tranquilizar nuestras conciencias, me gusta la Navidad. Me recuerda y me reencuentra con mi infancia impregnada de villancicos, mantecados y Belenes para recibir al Niño-Dios. Zambombas y panderetas que llegaban a los hogares; con el recuerdo de los que se fueron, con esa vaga sensación de la inocencia perdida que muchos confundimos —tal vez con la felicidad—. Además me educaron con esa cultura, dentro de un concepto concreto del cristianismo y con una noción determinada de la alegría piadosa. He crecido, hemos crecido los cristianos en las enseñanzas de los lugares bíblicos con referencias mágicas para nosotros, por ser la geografía en la que se desarrolló el nacimiento, la vida, el martirio y la resurrección de Jesús, y así se nos han ido haciendo cercanos Jerusalén, Judea, Samaria, Galilea, el Monte de los Olivos, la Iglesia de la Asunción, y otros enclaves, a los que denominamos Los Santos Lugares. Pero hoy tienen otro sentido.
La antigua Canán bíblica es la actual Palestina, arrasada en una guerra inmisericorde, que se va pareciendo a un exterminio; la cuna de Jesús en Belén, es un lugar de la Cisjordania ocupada, donde es imposible la circulación de peregrinos. Más de cuarenta y cinco mil personas, de ellos, más de veinte mil niños, han muerto ya en una contienda, que si en algún momento tuvo una justificación, hoy es ya, según muchas instituciones internacionales, un auténtico genocidio. ¿Quién puede cantar este año al Niño Jesús?. Hay demasiados niños en aquella geografía martirizada que mueren, pasan hambre y frío y duermen —si es que lo hacen—, aterrorizados por el sonido de las bombas, de una agresión, para ellos, inconcebible. No soy una ingenua, y no quiero ni soy quién para repartir culpas: Israel respondió al asesinato masivo perpetrado por un grupo terrorista, que merecía castigo, pero éste ha sido desproporcionado y se ha convertido en un exterminio; no es hoy cosa de ser pro o anti palestino o israelí, sino de señalar que hay poco que celebrar, que es difícil alegrarse de algo en este festival de luces y canciones en que convertimos nuestras ciudades, cuando en aquellos lugares santificados, hoy impera el sufrimiento y la destrucción. Tal vez sería mejor apagar las luces, silenciar los villancicos y apartar la fiesta, para pedir la Paz, exigir un alto el fugo en Gaza y curar, consolar y procurar un atisbo de vida a tanta infancia doliente.