Tiempo de hecatombe

18 abr 2020 / 10:41 H.
Ver comentarios

Visto al microscopio ofrece una silueta simpática, de dibujo animado a medio terminar, y su nombre, covid-19, remite al de la mascota de unos Juegos Olímpicos. Pero se trata de un asesino. De un criminal temible. Es un francotirador que escoge de manera aleatoria a sus víctimas. Está en cualquier sitio, ahí apostado, invisible. Por eso la gente camina con el miedo marcado en el rostro por las aceras. Y el francotirador ha elegido como principal víctima a los más débiles: los viejos. Esos entrañables viejos, supervivientes de una posguerra que, según algunos, resultó aún más dura que la guerra, después levantaron a pulso el país, y finalmente se convirtieron en el soporte de una sociedad que se desplomaba por la crisis económica de 2008. Viejos héroes sin interrupción en tiempo de la hecatombe. Como reflexiona un personaje en un relato del escritor mexicano Juan Villoro: “Los ancianos somos atletas; cualquier movimiento es para nosotros un deporte extremo. Si paso media hora en una silla, sé lo que ocurrirá al levantarme: un dolor en todas las articulaciones. Debo ir al baño con frecuencia. Estoy tan condicionado por el dolor que la sola idea de caminar hace que me duelan las rodillas”. Viejos vivos junto a viejos muertos durante horas o días en la misma habitación de una residencia. El coronavirus.

Carlos Fuentes escribió que “el mundo es más diverso y extraño que nuestro conocimiento del mundo”. Durante los años 80 planeó permanentemente en la atmósfera política europea la amenaza de otra guerra mundial. Eduardo Haro Tecglen insistía en sus artículos de entonces que era inevitable una tercera Gran Guerra debido a la rivalidad existente entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Aquel peligro se diluyó cuando cayó el Muro de Berlín. Llegaron años de relativa calma, pero a raíz del ataque a las Torres Gemelas y, posteriormente, a la crisis de 2008, en la sociedad se instaló un desasosiego derivado de la incertidumbre que generaban los enormes cambios que se han producido. Hace tiempo que Harrison Ford ataviado de Indiana Jones dejó de alejarnos la sensación de peligro desde la pantalla del cine.

Vicente Molina Foix ha escrito que el coronavirus “no sigue doctrinas. De ahí la esperanza de que el bien de la ciencia lo neutralice. Su final será el principio”. Pero, según algunos epidemiólogos, no existe la certeza de que se encuentre una vacuna contra el covid-19. Porque hay enfermedades para las que no se ha encontrado remedio. Como el sida. Quizás la sociedad tenga que acostumbrarse a convivir con el coronavirus. Hasta que pierda fuerza y se extinga por sí solo. Como ocurrió con la polio. Pero el virus tendrá consecuencias catastróficas y no solo para la economía. También el futuro de las libertades, ahora confinadas, ofrece inquietantes dudas.

¿Podrá llegar a parecerse nuestra sociedad a la descrita en la película Casablanca? Ignoramos, pues, el futuro. Un poeta escribió que “cuando termino de pronunciar futuro/ la primera sílaba ya está en el pasado”. Resulta preocupante el futuro de España, esta España nuestra, que durante los últimos años tejió banderas y más banderas, tantas banderas que se olvidó de hacer mascarillas. El fin de la historia puede ser una remota y casi desconocida ciudad de China. Y el maestro Miguel Ángel Aguilar ha pedido que se reflexione sobre el negocio de la muerte. ¿Futuro?

Articulistas