Tiempo de cosecha

    23 dic 2023 / 09:57 H.
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    La noche se engasta de luces de plata con el reflejo de la primera luna llena de invierno que riela sobre el mar de olivos de mi tierra. En el horizonte ascuas de luz dibujan el contorno de Torreblascopedro, Baeza, Jaén, Mancha Real, Begíjar y otros pueblos cercanos, lugares de todos conocidos, siempre presentes en mis mejores recuerdos, pues en todos ellos tengo los mejores amigos desde mis años de colegial en Linares, Úbeda y Jaén. Es tiempo de adviento, ya llega la Navidad y en la noche helada las aceitunas maduras preñadas de aceite brillan como cascabeles de azabache esperando gozosas llegar presto a la almazara. La cosecha, hogaño más que parva por la terrible sequía, dará sentido y merecida recompensa al arduo trabajo de todos aquellos que aman la tierra y luchan día a día para seguir enraizados en esos benditos pueblos del valle del Guadalquivir que viven por y para sembrar olivos, cultivarlos con mimo, recoger sus aceitunas, producir el mejor aceite y tratar de vivir honradamente apegados a sus tradiciones y su ancestral cultura. Siento el inmenso orgullo de ser hijo de esta tierra y disfruto cuando salgo al campo y veo a las cuadrillas afanarse en las tareas de la cosecha. Recuerdo cuando todas las faenas se hacían a mano y la recogida duraba todo el invierno con lo que había trabajo para todas las familias, y ya sabemos que esa es una bendición que falta bastante hoy en día en nuestra tierra. No es mi intención hoy vísperas de Navidad hablar del abandono a que nos tienen acostumbrados, habrá muchas otras ocasiones de hacerlo.

    Pasear por los campos en los días de invierno escuchando el ajetreo de las cuadrillas, ver cómo se llena el paisaje de vida y alegría, hablar del tiempo, de la escarcha y el hielo por la mañana, escuchar el canto de los pájaros entre las ramas, participar ayudando en la medida de lo posible, hacer una pausa para echar un cigarro y descansar un rato (aunque alguno no fume), conversar con todos cuando llega la hora del almuerzo, tomar un trago y una tapa con los trabajadores de toda la vida, ir al molino a llevar la aceituna, ver caer la cosecha en la tolva del molino, todas y cada una de las labores que se repiten una y otra vez a lo largo del día, en suma, vivir la aceituna, porque así se dice entre nosotros, vamos a la aceituna, todo esto es un disfrute continuo e inenarrable para los que llevamos en el alma la pasión por el olivo, el espíritu de la tierra, esa savia fuerte que da vida a nuestro árbol icónico, el árbol regalo Atenea que es el símbolo de nuestros campos y el motor de la vida en esta tierra. Cuando llegan esos días no puedo dejar de recordar cómo con el paso de los años han ido cambiando poco a poco las tareas de recogida, cuando era niño toda se hacía de forma manual y la campaña duraba todo el invierno. Era muy duro el trabajo de todos, en especial el de las mujeres que se ocupaban de ordeñar las olivas a mano y recoger las aceitunas desperdigadas por las camadas y todo el suelo cuando los hombres vareaban. Ahora todo está bastante mecanizado y es digamos que extraño ver cómo la máquina vibradora mueve los troncos para derribar las aceitunas sobre los mantones, luego los vareadores puntean las pocas aceitunas que quedan en las ramas y esas aceitunas van al suelo para que hagan su labor las sopladoras que las amontonan en ristras para que luego pase la máquina barriendo el suelo y las recoja. Y este no es el final de la evolución porque han llegado los olivos en seto y eso ya es otro cantar, otro negocio que no tiene nada que ver con el olivar tradicional, pero así son los tiempos y ese parece ser el cultivo del futuro por obvias razones de costes y productividad. A eso hemos llegado, yo también por qué no decirlo, y aquí ya no cabe la poesía sino la prosaica realidad a la que no hay más remedio que acostumbrarse. Afrontar ese futuro requerirá muchos sacrificios e inversiones que dejaran a muchos en el camino, pero de cualquier forma es seguro que el olivo permanecerá siendo el árbol que defina el horizonte, la aceituna el fruto bendito de esta fuerte y ubérrima tierra y el aceite el mejor embajador que representa por todo el mundo la auténtica esencia de este pueblo cuya cultura seguirá viva, antigua y renovada en el futuro, porque en nuestra tierra el campo es olivar. La noche serena con el aroma de los olivos embriaga mi mente. Feliz Navidad.

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